Arreglar las cosas “a nuestra manera” | Alejandra Soto

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Anoche me puse a cambiar la correa de mi reloj favorito, que podría llevar tranquilamente desde verano sin ponerme, por pura cabezonería. Siempre había comprado los recambios en el mismo sitio, y como desde verano esta tienda no había puesto más a la venta, pues mi reloj se encontraba cogiendo polvo en una estantería del baño. Lo peor de todo es que realmente me molestaba tener que llevar otro reloj, porque sentía que faltaba parte de mi esencia, y de hecho llegué a plantearme el comprar otro idéntico, pero lo absurdo de la situación me hizo ver que no merecía tanto la pena. Y así hubiera seguido indefinidamente si alguien no me hubiera dicho hace un par de días, con toda confianza y ningún tacto desde luego, que era patético lo de mi reloj. Y es que a veces necesitamos que alguien nos de un toque de atención para darnos cuenta de que podemos salir de ese circulo imaginario que nos hemos creado nosotros mismos.

Cogí las medidas, compré en otra tienda y mientras me concentraba en hacer el cambio sin dañar el cuero, me puse a pensar en que este tipo de comportamientos no eran para nada infrecuentes hoy en día. A veces nos empeñamos tanto en que las cosas se tienen que solucionar como nosotros queremos, que aceptamos la posibilidad de no arreglarlo nunca. Nos estancamos en la queja, en el victimismo, en lo que ya nunca será igual y entramos en una dinámica pesimista donde somos incapaces de ver más allá de nuestras narices y terminamos alejándonos de quienes más nos quieren.

Pero es que lo creamos o no, puede haber soluciones fuera de lo que estamos acostumbrados a hacer, puede haber soluciones incluso más allá de nuestra propia imaginación, pero sobre todo, puede haber soluciones en el consejo de un amigo al que, eso sí, debemos aprender a acudir. Muchas veces nos convertimos nosotros mismos en el verdadero problema, no por la magnitud imaginaria que le damos al conflicto original -que también-, sino porque éste podría haberse resuelto por si mismo, si no nos hubiéramos empeñado en hacer las cosas “a nuestra manera” y “por nuestra cuenta”. Es entonces cuando debes comprender que quien es parte del problema, no siempre es la persona más indicada para plantear la solución, y que seguramente haya alguien con una visión mucho menos sesgada capaz de ofrecerte una alternativa mejor, pero para ello, tienes que aceptar que tú solo no puedes y tener el valor suficiente para pedir ayuda.

Aceptémoslo, somos unos cabezotas y unos orgullosos. No nos gusta salirnos de lo que conocemos, perder el control, preferimos lamernos las heridas, recrearnos en nuestra decepción y pensar que si las cosas no se pueden resolver a nuestra manera, es que no está en nuestra mano cambiarlas. Nos autoconvencemos de que nada es nuestra culpa, o peor aun, que todo lo es, y terminamos por quedarnos inmóviles en medio de un caos que nos consume y que podría comenzar a desvanecerse con un simple cambio de actitud a tiempo.

Sal de ahí. Pide ayuda. Dios existe y no eres tú.

Alejandra Soto | Abogada

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