Desde la Segunda Guerra Mundial, poderosos movimientos han ido lazando aterradores vaticinios acerca de que el planeta se volviera inhabitable muy pronto a causa de la sobrepoblación, el cambio climático y diversos desastres medioambientales.

Ninguna de estas predicciones se ha hecho realidad. Pero al parecer eso no los ha llevado retractarse. Por el contrario, estos fanáticos redoblaron esfuerzos, convencidos quizás de que el colapso será peor por haberse retrasado tanto.

La primera ola de pesimismo fatalista fue generada por aquellos que nos alertaban de algo que llamaban «superpoblación«.

A la cabeza de todos ellos estaba mi antiguo colega de la Universidad de Stanford, Paul Ehrlich, quien a mediados de los sesenta empezó a hacer afirmaciones cada vez más descabelladas sobre la llegada del Armagedón.

La población estaba superando el suministro de alimentos, afirmaba Ehrlich, y simplemente no había forma de alimentar a todo el mundo. Cientos de millones de personas habrían de morir de hambre en la próxima década.

Era muy posible, seguía diciendo, que las hambrunas mundiales que comenzarían en los años 70 condujeran a una guerra termonuclear y a la extinción de la especie humana. (George Getze, «Salt Lake City Tribune, 17 de noviembre de 1967, «Dire Famine Forecast by ’75»).

Afirmaba también que la población de EE.UU. ya era demasiado grande, y que podría tener que ser controlada por la fuerza, tal vez poniendo agentes esterilizantes en el agua potable y los alimentos básicos. Culpó particularmente a los católicos y dijo que había que presionar al Vaticano para que aceptara todos los métodos de control de la natalidad.

Esta profecía de «arrepentíos, el fin del mundo está cerca», y todas las que seguirían, no pasaron la prueba del tiempo. Tan solo cumplieron su propósito pasajero. Los medios de comunicación la difundieron y el público se aterrorizó. El público se dirigió a los políticos y les exigió que actuaran, y los políticos se mostraron encantados de hacerlo.

Durante el último medio siglo, los gobiernos han gastado decenas de miles de millones de dólares en un esfuerzo por reducir el número de bebés nacidos. Incluso ahora, cientos de miles de personas siguen trabajando en el movimiento mundial para combatir algo llamado «superpoblación».

Y ni siquiera son capaces de definir lo que entienden por “sobrepoblación”. A la fecha, no existe una definición demográfica viable de lo que constituiría “demasiada gente”. Sin embargo, están muy seguros hoy, como lo estaban en 1967, de que es urgente detener el crecimiento de la población. El mismo escenario se ha repetido muchas veces desde entonces, estafa tras estafa.

Puede que usted no recuerde lo que llamaron “el Enfriamiento Global”, pero yo sí. Estaba en la Universidad de Stanford en los años setenta, cuando empezó, y el presidente de la universidad, Donald Kennedy, estaba totalmente involucrado. Incluso editó un libro sobre el tema.

La teoría -tal como la explicaban- sostenía que el hombre estaba poniendo tanto polvo fino en el aire por el uso de combustibles fósiles que taparía la luz del sol, o al menos lo suficiente para que la temperatura media cayera cinco o seis grados y desencadenara una nueva Edad de Hielo.

Pero cuando los científicos se dieron cuenta de que la temperatura de la Tierra no bajaba, sino que subía -muy ligeramente-, dieron un giro y pasaron a hablar de Calentamiento Global. En las décadas siguientes se nos ha insistido que utilicemos combustibles fósiles con el falso argumento de que eso está provocando el calentamiento del planeta.

Cuando las temperaturas globales dejaron de subir hace unos 20 años, volvieron a reinventarse como opositores al Cambio Climático. Cada ola de calor o frente frío, ventisca o huracán, inundación o sequía se considera ahora una «prueba» más de que los seres humanos han destrozado de algún modo el clima.

La única constante en esta cascada de falsas crisis es que los promotores del control de la población y sus aliados ecologistas siempre culpan de ellas a la humanidad y a su uso de combustibles fósiles.

Así que, desde hace algún tiempo, además de librar una guerra contra la población, los controladores de la población han estado librando también una guerra contra la energía. Tanto Joe Biden como Vladimir Putin están mermando lentamente la producción de petróleo, aunque por razones diferentes.

Reducir el suministro mundial de combustibles fósiles sin tener un sustituto listo empujará a millones de personas expuestas al hambre, la enfermedad, la muerte y la violencia. La temida escasez de fertilizantes prevista para 2023 reducirá aún más la esperanza de vida.

Y por último está el Covid. Quienes quieren controlar la población, y entre ellos se encuentran algunas de las personas más ricas del mundo, llevan mucho tiempo queriendo matarnos a base de plagas o vacunarnos contra de la fertilidad.

Si el objetivo es reducir la población mundial, puede que los controladores de la población y sus aliados ecologistas al fin lo estén consiguiendo.

Los únicos occidentales que se sentirán bien con todo esto serán aquellos que permanezcan en el engaño de que hay demasiada gente o que el cambio climático es real.

Hay, por supuesto, un bono adicional para aquellos que entraron en la estafa desde el principio e invirtieron en molinos de viento, paneles solares o créditos de carbono subvencionados por el gobierno. O, por ejemplo, en vacunas de ARN mensajero.

Resolución de Año Nuevo del PRI: Seguir desenmascarando a estos estafadores en el 2023.

Steven W. Mosher, Presidente del Population Research Institute (PRI)