¿Elecciones? De nada sirve salir del cieno con X para meterse en el lodo con Z | Jesús Aguilar Marina

¿Elecciones?

No hace falta tener una vista muy aguda para saber que la fama y el prestigio hoy se cotizan a real. En nuestra época en general, y en el mundillo sociopolítico en particular, son muchos los rostros prestigiosos y socialmente celebrados que no cuentan con más mérito que el de una apariencia bien maquinada.

Muchos que, aun viviendo afrentosamente, consideran que con el desafío de su fama y de su poder les es bastante. Pero la fama no significa nada sin la virtud, y las maniobras fulleras acaban constituyendo imprudencias, abusos y crímenes sin fin. Como se comprueba y se padece en la España actual

Siempre ha sido la virtud quien ha otorgado el primer título de nobleza, siendo mucho menos considerable el apellido, la ventaja o la ideología con que se firma que los actos con que uno se conduce. Por eso un famoso que vive sustentado en la maldad y en el engaño es un monstruo de la naturaleza. Al menos en condiciones y épocas normales. Algo que no parece avenirse a nuestros tiempos, en los que, mayoritariamente, los analizadores son tan falaces como los analizados.

Siempre se cree, cuando los mendaces emprenden el camino del cabildeo, del camelo y de la mentira, que el trayecto será fácil y fructífero. Se van superando sin mayor dificultad y con delectación los primeros obstáculos, al paso que se recogen los agasajos y los réditos materiales.

Pero al cabo, más tarde o más temprano, el bosque se espesa, la ruta se borra y aparece la ciénaga intransitable. Y aunque nunca aceptan la culpa, porque para ellos su vida es ejemplar, a cada paso se resbalan o se hunden. Y mientras van dilapidando sus fuerzas en nuevas tentativas trapaceras, se irritan contra el mundo que obstaculiza sus fines.

Los buenos propósitos que anuncia esta gente de mala ralea a quienes el delito repugna menos aun que el esfuerzo cotidiano, son simple vivaqueo social y mera política abyecta. Una estratagema útil de cara a la sociedad, un gesto necesario al que fingen obligarse para ponerse a cubierto de los incesantes quebrantamientos legales que tienen en mente cometer.

No creen absolutamente en nada honesto, noble y puro, pero quieren, sin embargo, erigirse en marcas de honradez. ¿Y por qué no -piensan con cinismo- si hay millones en el mundo que se dedican a este oficio de bandidos, y utilizan la misma máscara para engañar a la humanidad?

El caso es que la coexistencia en general y la política en particular, traspasaron hace mucho el umbral del decoro y de la ética. No existe vergüenza ahora en la manipulación ni en el disimulo. La hipocresía es un vicio de moda y todos los vicios de moda se consideran virtudes para la propaganda que encauza los aguaceros de la opinión pública.

Pero, precisamente, es esa propaganda fingida el síntoma de una degradación intelectual, psicológica y moral imparable. El personaje buenista, progresista, dialogante y democrático es el mejor de todos los personajes que pueden representarse. Defiende a conveniencia la tesis exactamente inversa de la que antaño había sostenido, y con idéntica convicción. Y actúa siempre de manera contraria a la que predica.

Y desde el poder —cualquier poder— primero da un golpe argumental o una orden contra todo derecho, luego condena por falta de ejecución de la orden, y finalmente, mediante este castigo, impone el ostracismo, la cárcel, la pena económica o la violencia.

Hoy día la profesión de demagogo, es decir, de político o de intelectual áulico o de tertuliano de pesebre, esto es, de hipócrita a todos los niveles, posee ventajas maravillosas. Es un arte cuya impostura es siempre respetada, y, aunque se descubra, sólo unos pocos se atreverán a decir algo contra ella. Y lo vamos a ver en las próximas elecciones extremeñas y aragonesas, en las que ocho —o más— de cada diez electores seguirán reeligiendo a tramposos y demás facinerosos.

Esto es así porque gracias al pensamiento único, débil o correcto, el engaño es un vicio privilegiado que, con su mano, cierra la boca a todo el mundo y goza descansadamente de una soberana impunidad. Y porque, como nos advirtió Aristófanes hace ya muchos siglos, se elige al ladrón para poder robar el elector también. Pues un país sin autoridad legal y moral es un país degenerado.

El caso es que, por medio de estratagemas sin fin, utilizando espuriamente como escudo el manto de la democracia, de la solidaridad o de la ideología, los maleantes han enmendado hábilmente sus vicios y delitos. Y bajo esta falsa vestidura —y la de los comicios— disfrutan de licencia para ser los hombres más dañinos del mundo. Y así llevamos casi cinco décadas.

Lo asombroso y terrible es que por mucho que se conozcan sus intrigas y lo que ellos son, siguen teniendo crédito dentro del Sistema, por supuesto, y también entre los tontos útiles y entre la plebe amorfa; y cualquier victimismo, un suspiro apenado, una consigna, unos ojos en blanco o un «son las cinco y aún no he comido» compensan, ante el mundo, todos los delitos que puedan cometer.

Bajo ese cobijo favorable se salvan, manteniendo el producto de sus delitos y todos sus demás asuntos en completa seguridad. Y de poco vale aquello de que el cántaro se rompe de ir tanto a la fuente, porque, debido a su publicidad y a su poder, los cántaros de estos perversos y pervertidores han resultado irrompibles en su inmensa mayoría. Al menos, hasta la fecha.

Y así, sin justicia —o con una mínima justicia que nos recuerda además a la desesperante lentitud de los bueyes—, estos mendaces con facundia, que han hecho de la trampa y del bandidaje su razón de ser, forman, a fuerza de gestos y de prebendas, una estrecha agrupación con todos los miembros de la secta; esto es, del contubernio, del Sistema. Y, por supuesto, quien cuestiona o denuncia a un bandido tiene de inmediato a toda la cuadrilla encima.

Lo cierto es que nada corrompe más la esencia de una sociedad que el soportar o complacerse en los saqueos de sus gobernantes u oligarcas como una maldición a cuyo mandato ha de someterse necesariamente. ¿Cómo es posible que una ciudadanía se acerque a las urnas para aceptar como inevitable la impunidad de sucesivos gobiernos de malhechores?

Esta es la verdadera tragedia, la del ciudadano convertido en súbdito; o peor aún, en esclavo voluntario. No es, pues, lo más grave la existencia de delincuentes entre las elites mandatarias y ejecutivas, sino que se les tolere y se les elija y reelija por ello. Y los socialcomunistas y sus adherencias cómplices, que conocen bien a las muchedumbres emasculadas, porque se encargan de fabricarlas y moldearlas, se aprovechan de ello.

En definitiva, hasta que emerja un líder o un grupo de líderes con autoridad, dispuestos a medir el talento de tanto pesebrista mediático, de tanto sectario metido a político, de tanto empresario extractor y de tanta Intelectualidad de la Zeja, impidiéndoles sentar cátedra, tendremos Sistema para rato. Pues de nada sirve salir del cieno con X para meterse en el lodo con Z.

Jesús Aguilar Marina  | Poeta, crítico, articulista y narrador

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