Las vacaciones de Sánchez pagadas por los españoles arrancan. 15 días pagados por todos mientras España sufre escándalos, parálisis política y desafección social, pero el presidente decide desconectar a cuerpo de rey.
Quince días de descanso en plena debacle nacional
Las vacaciones de Sánchez pagadas por los españoles no son una anécdota menor. Pedro Sánchez se ausenta del 23 de diciembre al 7 de enero. El presidente ha adelantado su balance anual para cerrar el año sin preguntas incómodas. Después, baja la persiana y se va.
España afronta una situación política delicada. El Gobierno acumula escándalos judiciales, tensiones internas y dependencia extrema de socios comunistas, proetarras y separatistas.
Nada de eso frena al presidente. Sánchez opta por desaparecer dos semanas, con agenda privada. Según fuentes de Moncloa, visitará Lanzarote y Aragón. También descansará en Doñana y Quintos. Todo, por supuesto, a gastos pagados.
Las vacaciones de Sánchez pagadas por los españoles reflejan una forma de gobernar: primero él, luego él, y finalmente él.
Un país en crisis y paralizado. Un presidente de escapada
Las vacaciones de Sánchez pagadas por los españoles llegan cuando el Ejecutivo muestra claros síntomas de muerte política.
El PSOE vive una oposición interna creciente con un evidente cuestionamiento de su liderazgo. El Parlamento funciona a golpe de chantaje. La imagen internacional de España se deteriora. El Gobierno está paralizado. La contestación y el rechazo social crece. La presión judicial y mediática no solo no afloja sino que se acrecienta.
Aun así, Sánchez decide ausentarse. No refuerza su liderazgo. No da explicaciones profundas. Prefiere el paréntesis personal.
Mientras tanto, España sigue lidiando con el conflicto territorial, la inseguridad jurídica, la inmigración descontrolada y la degradación institucional.
El mensaje resulta demoledor: los problemas pueden esperar. El presidente no. Sánchez quiere demostrar que nada de eso le importa. Que está por encima de la realidad. Que es, como diría con ironía Oscar Puente, el “puto amo”.
Las vacaciones de Pedro Sánchez son el gesto perfecto de desconexión entre poder y ciudadanía.
Ejemplaridad política cero, soberbia máxima
Las vacaciones de Sánchez no generan críticas por el descanso en sí. Todos tenemos derecho a ello. Las generan por la cantidad de días que se va a tomar, por los numerosos sitios en donde va a estar y por el momento elegido.
Un presidente serio refuerza su presencia en tiempos difíciles. Sánchez hace justo lo contrario. El adelanto del balance anual permite esquivar preguntas incómodas. Cierra el año en falso y se marcha. Transmite soberbia. Sánchez actúa como si estuviera por encima del bien y del mal.
Las vacaciones de Sánchez pagadas por los españoles confirman una actitud constante: desprecio por la ejemplaridad y desprecio por la responsabilidad.
Un plan calculado hasta 2027
Las vacaciones de Sánchez pagadas por los españoles no responden a la improvisación. Responden a una hoja de ruta. Quiere aguantar hasta 2027. Cada movimiento encaja en esa estrategia.
Cerrar el año sin rendir cuentas. Desaparecer cuando el clima político se enrarece. Volver con el calendario a favor. Sánchez no ignora la crisis. La esquiva. No la afronta. La pospone.
España no se detiene durante sus vacaciones. Los problemas tampoco. La economía, la cohesión nacional y la confianza institucional siguen deteriorándose mientras Sánchez huye.




