¡Al loro! | Javier Toledano

¡Al loro!

Es una divisa mil veces repetida: “quien puede lo más, puede lo menos”. Hay mucha sabiduría en esas palabras. Pero también concursa a la inversa, sólo que introduciendo una leve modificación: “quien puede lo menos (pensando en los tentáculos de la maquinaria gubernativa), se meterá en tu alcoba” y, dicho con fineza, “te rendirá por do jamás habría de colarse ni el bigote de una gamba”.

La Administración le ha expropiado su mascota, un loro gris, a una señora de 75 años. A la buena de Dora. Tal cual. El expolio ha sido perpetrado mediante un organismo público autodenominado “CRES” (Centro de Recuperación de Especies Silvestres) que todavía no aparece en el listado de organizaciones terroristas de la CIA, donde al fin Maduro y Zapatero tienen asiento.

El incidente ha tenido eco en los diarios digitales. Hay noticias de la crónica de sucesos que caen en gracia y son masivamente replicadas. Ésta es una de ellas. Y otras que no: unos argelinos ilegales retienen a una señora en su domicilio, le practican abrasiones por medio de un soplete y luego la violan ininterrumpidamente durante una semana. Esta otra noticia, en cambio, sólo la he leído en un medio. La primera es graciosa y, de primeras, nos arranca la sonrisa que precede a la indignación, y la segunda, maldita sea la gracia que tiene.

La quiebra de la seguridad jurídica y la conculcación gradual del derecho a la propiedad van siempre de la mano, ahora en España, a imagen y semejanza de lo sucedido, sea el caso, en los regímenes bolivarianos. Recuérdese al tirano Hugo Chávez, asesorado por la traílla podemita de primera hora, largando ante la cámara aquello de “exprópiese, exprópiese”. Tras pasar a mejor vida, transustanciado en un pajarito, se posó en el hombro de Maduro (remedo caribeño del santo de Asís), piándole al oído consejos provechosos.

Dora, víctima del expolio, intentó acreditar la propiedad del ave con la factura de compra, que conservaba aún, y el álbum fotográfico de los momentos escogidos durante décadas en compañía de Kiko, el loro. No fue suficiente. Un día que limpiaba la jaula, Kiko escapó, revoloteó por los alrededores y recaló al fin en una casa vecina. Su nuevo anfitrión llamó a la Policía Municipal de Barajas y una patrulla se personó en su domicilio. La cuestión es que los municipales trasladaron el avechucho al CRES y para allá que te fue Dora a buscarlo en cuanto supo su paradero.

Pero, hete aquí que a la bestezuela le faltaba una anilla en la patita. Como a un documento oficial, una póliza estampillada. Y que no, que no se lo dieron. Y, además, le infligieron un trato doloroso y humillante, sin llegar, no obstante, al grado de tortura. Le negaron un vis a vis con su querida mascota. Dora abandonó las instalaciones deshecha en un llanto inconsolable. Así se consumó la expropiación de Kiko.

Tras varios escritos petitorios, esos desalmados se avinieron a devolverle el loro, pero antes obligaron a Dora a renunciar por escrito a su propiedad, arrea. En efecto, podría en adelante darle alpiste y disfrutar de su compañía, sí, pero en régimen de tutoría legal o custodia, se podría decir, pues el loro pasaba a ser… propiedad del Estado. A lo que se ve, la gente de CRES hizo suyas unas declaraciones plenas de doctrina de la ministro de Educación del primer gobierno de Pedro Sánchez, aquella Isabel Celaá de infausta memoria. “Los hijos no son de los padres”, afirmó la doña para justificar el sesgo ideológico, antes que instructivo, que la formación académica ha de cumplir en opinión de un socialista. Parecidamente sucede con las mascotas.

Y ya podemos ir de arriba abajo, que de abajo arriba, que el resultado es el mismo. Cuando tus hijos no son tuyos, no esperes que lo sea tu vivienda, que para eso están las leyes españolas y los dilatados procesos de desahucio de los “okupas” que pueden durar años por muchas escrituras notariales que presente el propietario, cuando en otros países de nuestro entorno semejante atropello se corrige en apenas unos días. Cuando no puedes ejercer el derecho de propiedad sobre tu vivienda, no esperes que tu loro sea tuyo. Y cuando el colectivismo es especialmente hostil y va acompañado de bayonetas, ni tus heces te pertenecen. Y no es una broma de mal gusto, quiero decir, de mal gusto sí, pero no es una broma.

Ahí está para atestiguarlo el fenomenal ensayo de Frank Dikötter sobre el genocidio por hambruna contra su pueblo perpetrado por el régimen comunista de Mao durante el trienio ominoso del “Salto Adelante” (1959/ 1962) que pretendía impulsar la industrialización pesada de China arrastrando a millones de campesinos a las fábricas y descuidando los campos, requisando cosechas e incluso semillas y planteles para la siembra. No hay consenso sobre la magnitud de la matanza. Hay quienes la cifran en 20 millones, pero otros estiman que ése es un cálculo benévolo. Los competidores por el grano fueron perseguidos con saña y se declaró la guerra popular a los gorriones. Acaso a los loros. En algunos distritos rurales los comisarios del partido confiscaron las deposiciones de los campesinos para emplearlas en el abono de los campos, almacenándolas en grandes recipientes. Con todo, uno se figura que la colecta sería más bien parva, pues cuando poco se come, nada se descome.

Al loro, pues, con los socialistas, que lo suyo es suyo, y lo tuyo… también.

Javier Toledano | escritor

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