Eutanasia y aborto: ¿La sombra alargada del tercer Reich, del camarada Stalin, y del que venga? | Carmelo Álvarez Fernández de Gamarra

aborto y eutanasia

¡Ay, la memoria histórica! Qué frágil es, qué fácil se manipula, qué poco nos acordamos de los horrores del pasado. Y así, tropezamos una y otra vez con las mismas piedras, con las mismas tentaciones, con las mismas justificaciones para cometer las mayores atrocidades.

Ahora que la eutanasia y el aborto campan a sus anchas por nuestras «avanzadas» sociedades occidentales, conviene echar una mirada (incómoda, lo sé) a los oscuros años treinta del siglo pasado, cuando una pandilla de psicópatas con esvásticas y hoces y martillos (¡y qué decir de otros!) decidieron que había vidas que no merecían ser vividas.

No, no me acusen de «equiparar» churras con merinas. No estoy diciendo que los defensores del aborto y la eutanasia sean nazis o comunistas (o lo que sea). ¡Por Dios, qué horror! ¡Qué simplificación! ¡Qué falta de rigor histórico! Lo que sí estoy diciendo es que, bajo la pátina de «progreso» y «compasión», se esconden peligrosas similitudes entre aquellas políticas de ingeniería social y ciertas tendencias actuales.

Veamos algunas de ellas, sin ánimo de ser exhaustivo (ni políticamente correcto):

  • La primacía del colectivo sobre el individuo: Tanto el nazismo como el comunismo (en su versión estalinista, y en tantas otras) subordinaban el individuo a los intereses superiores del Estado, de la «raza» o de la «clase obrera». En la Alemania nazi, el individuo debía sacrificarse por la «pureza» de la raza aria. En la Unión Soviética, debía sacrificarse por la construcción del «paraíso comunista». Y no nos engañemos, que, en China, con su obsesión por el control demográfico, el individuo es poco más que un número. Ahora, con la eutanasia y el aborto, se nos dice que hay vidas que deben ser sacrificadas en aras del «bienestar» individual o social. ¿No les suena familiar? ¿No les da un escalofrío? ¿No les recuerda a aquello de «el fin justifica los medios»?
  • La «calidad de vida» como vara de medir: Los nazis decidieron que los enfermos mentales, los discapacitados y los «razones inferiores» no cumplían con los estándares de «calidad de vida» de la raza aria. Así que, ¡hala!, a esterilizar, a «eutanasia» y a quemar en hornos. Los comunistas, por su parte, consideraban que los «enemigos de clase» (burgueses, kulaks, intelectuales, disidentes) eran un obstáculo para el progreso de la revolución. Así que, ¡hala!, a fusilar, a deportar y a morir de hambre en los gulags. ¡Y qué decir de la obsesión china por «optimizar» la población a través de la planificación familiar! Ahora, con la eutanasia, se nos dice que hay vidas que no merecen ser vividas porque el sufrimiento es insoportable. Y con el aborto, se nos dice que es mejor evitar que nazca un niño con una discapacidad grave. ¿No les suena familiar? ¿No les da un escalofrío? ¿No les recuerda que la eugenesia, lejos de ser cosa del pasado, sigue presente en nuestras «modernas» sociedades?
  • La desvalorización de ciertos grupos humanos: En el Tercer Reich, los judíos, los gitanos, los homosexuales y los discapacitados eran considerados «subhumanos», una lacra para la sociedad. En la Unión Soviética, los «enemigos de clase» eran considerados «parásitos», «saboteadores» y «traidores». ¡Y qué decir de las minorías étnicas y religiosas en China! Ahora, no es que se les llame así explícitamente (¡qué horror!), pero se les niega el derecho a vivir. Se les «compadece», se les «ayuda» a morir, se les «libera» de su sufrimiento. ¡Qué eufemismos tan bonitos! ¡Qué hipocresía tan repugnante! ¿Acaso no estamos repitiendo, con otros ropajes, la vieja práctica de señalar a los «indeseables» y eliminarlos?
  • El lenguaje edulcorado: Los nazis no decían que estaban asesinando a personas con discapacidad. Decían que estaban practicando la «eutanasia» para «aliviar su sufrimiento». No decían que estaban exterminando judíos. Decían que estaban llevando a cabo la «solución final». Los comunistas no decían que estaban asesinando a opositores políticos. Decían que estaban «liquidando a los enemigos del pueblo». ¡Y qué decir de la propaganda china, que justifica el control demográfico como una medida para «mejorar la calidad de vida»! Ahora, no decimos que estamos matando niños en el vientre materno. Decimos que estamos «interrumpiendo el embarazo». No decimos que estamos ayudando a morir a los enfermos. Decimos que estamos garantizando una «muerte digna». ¡Qué habilidad para maquillar la realidad! ¡Qué cinismo desvergonzado! ¿Acaso no estamos utilizando un lenguaje políticamente correcto para encubrir lo que en realidad es una violación del derecho a la vida?
  • La presión social: En la Alemania nazi, si te oponías a la esterilización forzosa o a la «eutanasia», eras un «enemigo del pueblo», un «reaccionario», un «obstáculo para el progreso». En la Unión Soviética, si cuestionabas la línea del partido, eras un «desviacionista», un «agente del imperialismo», un «saboteador». ¡Y qué decir de la censura y la persecución de disidentes en China! Ahora, si te opones al aborto o a la eutanasia, eres un «intolerante», un «fundamentalista», un «machista opresor». ¡Qué casualidad! ¡Qué bien se repiten los patrones! ¿Acaso no estamos creando un clima de intolerancia hacia quienes defienden la vida, tachándolos de «reaccionarios» y «atrasados»?

No, no estoy diciendo que los defensores del aborto y la eutanasia sean como los nazis o los comunistas (o los chinos, o.…). Lo que estoy diciendo es que, si no estamos atentos, si no analizamos críticamente las ideas que nos venden, si no defendemos con uñas y dientes el valor sagrado de la vida humana, corremos el riesgo de repetir los errores del pasado. Y esos errores, ya lo sabemos, tienen consecuencias terribles. ¡Que se lo digan a las víctimas del Holodomor, de la Gran Purga, del Gran Salto Adelante!

Así que, abramos los ojos, encendamos la luz de la razón y defendamos la vida, toda la vida, desde la concepción hasta la muerte natural. Porque, como dijo un sabio, «quien no conoce su historia está condenado a repetirla». Y yo, la verdad, no estoy dispuesto a volver a pasar por lo mismo. ¿Y ustedes? ¡¿O es que acaso preferimos convertirnos en cómplices silenciosos de una nueva barbarie?

Carmelo Álvarez Fernández de Gamarra | Colaborador Enraizados

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