Un plan hacia el Nuevo Orden Mundial | Eusebio Alonso

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El mundo parece descomponerse por capítulos, como si se tratara de una serie mediocre de ciencia ficción en la que detrás de una desgracia viene otra inmediatamente, de manera que los protagonistas, que somos nosotros, no descansemos ni un solo momento, y el sobresalto y la inquietud no nos concedan ni un momento tregua.

Primero llegó la alerta por el cambio climático que vino a cambiarnos nuestra percepción de lo que es sostenible para el planeta y lo que no lo es. Este sorpresivo descubrimiento ha traído consigo que unos países se pongan las pilas para reducir su emisión de CO2 y metano a golpe de encarecimiento de los bienes de uso esencial, mientras que otros países siguen contaminando como si no hubiese un mañana. En España se opta por la energía sostenible: solar, eólica e hidráulica cuyos costes de producción, excluyendo la inversión inicial, son muy bajos, aunque desgraciadamente no se garantiza la disponibilidad energética debido a que el sol, el viento y la lluvia no están presentes cuando, y en la medida, que uno desea. Resultado: subida salvaje del coste de la electricidad porque hay que pagar peajes y compensar la carencia de energía comprándola en el exterior o quemar gas, como medio alternativo, para producir electricidad. La cosa se complica con el conflicto entre Marruecos y Argelia que supone el cierre de uno de los gaseoductos que llegan a España. De la energía nuclear no se habla. Bueno, ahora tal vez sí porque la CEE la ha transformado, en un momento de inspiración divina o tal vez de sensatez, en energía sostenible. ¿Qué opinarán de esto los verdes?

Después llegó en COVID-19. Expansión rápida de la enfermedad. No hay problema, dijeron: «esto está controlado y no será necesario usar mascarillas». Muertes por todo el mundo, pero no se hacían autopsias. Cambio de definición del concepto de pandemia. Crisis de abastecimiento de material sanitario. Negocio de muchos. Ya hay mascarillas, y nos dicen que tenemos que llevarlas en todo momento. Por fin, llegó la vacuna salvadora (¿?). Aparición de variantes y más variantes de la enfermedad para justificar que las vacunas no son tan efectivas ni tan seguras como se afirmó inicialmente. Una dosis, dos dosis, tres dosis… ¿Cuántas más necesitaremos para considerarnos a salvo? Las autoridades sanitarias dicen que se trata de una enfermedad que convivirá con nosotros y habrá que ponerse una vacuna periódicamente como hacemos para prevenir la gripe: negocio garantizado para las farmacéuticas. Creación de un pasaporte sanitario para que no se escape nadie de la obligación ciudadana de estar al día con todas las dosis que prescribe el famoso y superconocido comité de expertos. Aparición de la variante omicrón: muy contagiosa, pero de baja letalidad. Vaya, parece que omicrón crea una inmunidad adquirida mejor que la de las vacunas, cosa que parece disgustar especialmente a Bill Gates. Eso no estaba previsto. ¿Qué se puede hacer? Pues seguir con las vacunas. Más vale que sobre inmunidad. No podemos tirar las vacunas que ya hemos comprado. La población lo aceptará sin discutir, y a los que no lo acepten pues les aplicamos la técnica Macron: “hay que enmierdarles todo lo posible para que nadie se revele y no se extienda el mal ejemplo”.

Volviendo a Bill Gates, este globalista de pro, ha predicho que después del omicrón vendrán otras pandemias más letales y más contagiosas que el Covid-19. Yo me pregunto: ¿Lo sabe, o solo lo supone? ¿Tiene información que confirme esta afirmación? Si así fuera, ¿cómo y dónde la ha conseguido? Resulta estremecedora la clarividencia de este individuo que ya predijo con dos meses de antelación, octubre de 2019, la aparición de la pandemia de COVID-19, hecho que se demuestra por la organización del evento 201 junto con el centro Johns Hopkins, conocido entre otras cosas por sus experimentos en psicología conductual bastante cuestionables desde el punto de vista ético, y el Fondo Económico Mundial (WEF) que publicita abiertamente la necesidad del gran reinicio desde la misma portada de su página web. Este evento aventuró que la hipotética pandemia iba a ocasionar 65 millones de muertos. Supongo que no contaron con el hecho de que los virus mutan con frecuencia, por acción natural o divina, a variantes menos agresivas. Espero que esta circunstancia no haya supuesto una grave decepción para sus organizadores. ¡Señor, líbranos del mal!

De repente, la Rusia de Putin amenaza con invadir Ucrania. Parece que puede desencadenarse la tercera guerra mundial. Dicen que la vía diplomática y la sensatez lo evitarán. Y si esto no fuese posible, la OTAN y USA le pararán los pies. ¡Caramba, que Putin se ha atrevido y ya está en Ucrania! Gracias a Dios, nuestro presidente toma la iniciativa valiente y solidaria de enviar a los ucranianos: cascos, guantes, gel hidroalcohólico y mascarillas. Me pregunto, ¿qué habrían hecho los pobres ucranianos sin nuestra valiosa ayuda? La OTAN parece que sí suministra armas a la población, pero no interviene en el conflicto. USA mira para otro lado. Tal vez porque ya están cansados de poner los muertos en todos los conflictos que han tenido lugar en Europa desde hace más de 100 años. Se aplican sanciones a Rusia. El suministro de gas, con el bloqueo del gaseoducto Nord Stream 2, y las materias primas procedentes de Rusia se restringen. Resultado: Habrá escasez y encarecimiento de bienes de primera necesidad en toda Europa, y tal vez hasta un apagón energético. China que, como consecuencia de la pandemia de COVID-19, ha dado un golpe de gracia a la economía mundial y que fabrica casi todo lo que se consume en el mundo, baraja la posibilidad, viendo la debilidad de occidente, de invadir Taiwan. Si eso ocurriera, habría nuevas sanciones de occidente que supondrían, por efecto boomerang, una patada en el trasero de Europa y del resto del mundo. No me creo que el conflicto de Ucrania no haya podido evitarse con un poco de cintura por las partes. Pudiera creerse que hay intereses oscuros que manejan los hilos de los protagonistas del conflicto. Intereses que rentabilizan estas situaciones, tal vez por el perjuicio que causan al resto de los mortales.

Un castizo con retranca diría que el panorama está guapo. Yo no quisiera simplificar demasiado la situación, pero cuando las cosas no se explican con claridad, no queda otra que sospechar lo peor.

No resulta novedoso decir que en el mundo existen oligarquías que pretenden controlarlo todo, como por ejemplo: los integrantes del foro de Davos y los del Club Bilderberg entre otros. Es también evidente que de todas estas crisis y catástrofes hay siempre quien sale beneficiado: entre otros, los intereses globalistas que controlan la economía y las bolsas de valores de todo el mundo. Y también quién sale perjudicado: los ciudadanos de a pie que ven como estas crisis empeoran su calidad de vida y les acercan cada vez más al umbral de pobreza si es que aún no lo han superado. Para la búsqueda de los responsables hay poco por inventar. Ya el derecho romano aplicaba la pregunta recurrente: “¿qui prodest?” (¿Quién se beneficia?). Pregunta clave para encontrar al culpable de cualquier delito.

Detrás de las crisis, resultado de ambigüedades históricas, los globalistas tienden a prosperar. Ucrania puede ser una primera ficha en una cadena de crisis previstas. No deberíamos centrarnos sólo en quien tiene aparentemente la culpa del conflicto, sino también en sus efectos y en cómo los globalistas explotan esas catástrofes para promover su agenda de centralización del poder. Rahm resumió claramente la estrategia globalista durante la crisis del 2008: «no debes permitir nunca que una crisis grave se desperdicie».

La guerra es siempre una distracción para el sabotaje económico. La crisis económica produce pobreza, desesperación e histeria. Terreno abonado para que los globalistas argumenten que estos peligros requieren una solución internacional que se proporcionará en forma de centralización del poder.

Por otra parte, hay un falso paradigma Oriente/Occidente que presupone que Rusia y China se oponen a la agenda globalista. Hay razones más que sobradas que avalan que eso no es verdad, como los guiños que ambos países hacen a la cuarta revolución industrial patrocinada por el WEF que se centra en la socialización económica, la inteligencia artificial, el internet de las cosas y otros intereses globalistas que conducirán a la tecnocracia y a la tiranía en todo el mundo.

Por si el miedo a todo lo que estamos viviendo no nos hace lo suficientemente sumisos y obedientes, los chinos han desarrollado recientemente una herramienta disuasoria llamada “sistema de crédito social” mediante el uso de Big Data, videovigilancia, monitorización y censura en Internet. Estoy seguro que, en plazo breve, llegará a la mayoría de los países occidentales para tener a raya a los disidentes que serán considerados una lacra social. Entiéndase por disidente, no necesariamente a los delincuentes, sino a los que no pasan por el aro de lo que las oligarquías han establecido como conveniente para la sociedad. En China ya se está usando esta herramienta para restringir derechos de movilidad y acceso a beneficios sociales. A la gente se la identifica mediante reconocimiento facial y no hay lugar fuera del alcance de la mirada del gran Hermano.

El tiempo nos dará o nos quitará la razón, pero en ausencia de una contundente respuesta ciudadana de rechazo, el plan hacia el nuevo orden mundial (NOM) avanza inexorable.

Eusebio Alonso | Libre pensador

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