El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha generado una gran polémica con su reciente orden ejecutiva que facilita el acceso a la Fecundación In Vitro (FIV). La medida, que busca reducir los costos del procedimiento y ampliar su disponibilidad, ha sido duramente criticada por grupos provida, quienes denuncian la destrucción masiva de embriones humanos en el proceso. Esta decisión evidencia una postura antivida que, lejos de defender la vida, la pone en peligro.
La destrucción de embriones: Una aberración moral
La principal objeción a la FIV radica en la eliminación sistemática de embriones humanos, o sea, seres humanos. Tal como recoge CFam/Infocatólica, Lila Rose, presidenta de Live Action, señala en una publicación en X: «Solo el 7 % de los embriones creados mediante FIV llegan a un nacimiento con vida«. La activista provida también señaló que «el 93 % de estos embriones son congelados indefinidamente, sufren abortos espontáneos o son descartados«. Estos datos revelan la cruel realidad detrás de la industria de la FIV: una práctica que, en nombre de la fertilidad, sacrifica innumerables vidas humanas.
Por su parte, Kristan Hawkins, presidenta de Students for Life of America, instó a Donald Trump a «detenerse y estudiar la industria de la FIV«, advirtiendo que esta «se aprovecha de familias desesperadas, mata a seres humanos en la etapa embrionaria y promueve la eugenesia». Estas afirmaciones dejan en evidencia que el apoyo a la FIV no es compatible con una verdadera defensa de la vida.
Una postura que contradice los principios provida
La Iglesia Católica ha sido clara en su condena a la FIV, ya que desvía el acto procreativo de su cauce natural y, lo que es aún más grave, implica la destrucción deliberada de seres humanos en su fase más temprana de desarrollo.
Edward Feser, filósofo y profesor en Pasadena City College, expresó su rechazo en una serie de mensajes en X: «No debería haber ninguna financiación para esto«. Además, cuestionó a quienes apoyan esta medida solo por ser promovida por Donald Trump, señalando: «Los católicos y otros provida deben preguntarse qué dirían si un demócrata hubiera hecho esto. Si no dicen lo mismo cuando lo hace Trump, entonces su lealtad al partido ha superado su lealtad a la religión y a la ley natural«.
Esta reflexión es clave en el actual debate sobre la FIV dentro del Partido Republicano, el cual se intensificó tras un fallo del Tribunal Supremo de Alabama en febrero de 2024. Dicha sentencia reconoció ciertos derechos legales a los embriones humanos, provocando una gran controversia. Sin embargo, lejos de tomar una postura en defensa de la vida, en marzo de 2024 la gobernadora de Alabama, Kay Ivey, firmó una ley que otorga inmunidad legal a las clínicas de FIV en casos de destrucción de embriones. Al promulgar la ley, Ivey defendió la FIV como un procedimiento «pro-vida» y una herramienta para fomentar una «cultura de la vida», omitiendo el hecho de que esta práctica destruye un número incalculable de vidas en su fase más vulnerable.
El fin no justifica los medios
Si bien el deseo de tener hijos es legítimo y comprensible, la moral y la ética no puede supeditarse a la eficacia de un procedimiento. La FIV implica la eliminación sistemática de embriones, lo que representa un asesinato y una afrenta a la dignidad humana y a la ética. La postura antivida de Donald Trump con el apoyo a la FIV contradice los principios fundamentales del respeto a la vida desde la concepción.
Apoyar la FIV significa aceptar la eliminación de vidas humanas en nombre de un supuesto «bien mayor». Es imprescindible recordar que el fin no justifica los medios, y que toda política verdaderamente provida debe garantizar la protección de cada ser humano, desde su concepción hasta su muerte natural.
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