Desde hace bastantes décadas se ha intentado esconder lo que celebramos el próximo 25 de diciembre, como cada año: el nacimiento del Niño que nos legó el mejor y más amplio mensaje para la humanidad, y también para todo lo existente en el planeta. Cierto que, como he escrito en otros artículos, esa no es la fecha de su nacimiento y he dado datos para saber cuándo pudo ser. Se puso así para sustituir las fiestas romanas que existían para completar el año y que coincidiesen con la realidad solar. Lo último es lo publicado por la comisaria de Igualdad de la Comisión Europea, Helens Dali, en un manual en el que prohíbe el uso de la palabra Navidad y también nombres como María o Juan. Otros se limitan a decir “Fiestas” e incluso adelantarlas lo más posible para que con tanto tiempo se olvide realmente lo que celebramos: la Navidad o el nacimiento de Jesús.
Amor en el sentido más amplio, igualdad sin distinciones, libertad, paz, ayuda a los más pobres, cuidado de los enfermos y desprotegidos, protección de los pequeños, luchar contra el odio, la violencia, la pobreza, contra todo que perjudique a la humanidad y al entorno… tanto que ha sido parte de su mensaje lo que recoge la Declaración de Derechos Humanos. Ha sido el que más ha revolucionado el mundo e indujo un avance en la sociedad como no se ha dado en ningún otro lugar cuando su mensaje no ha sido bien recibido o aceptado. Está en vigor como hace más de dos mil años. Se ha intentado reformar, se han aprovechado para provecho individual o colectivo.
No fue niño como en los Evangelios Apócrifos, fue normal, iba a la escuela y jugaba con sus amigos. Fue dándose cuenta poco a poco de que no sólo era un ser humano, que tenía otra naturaleza: la de ser Dios. Lo que no sabemos es cuándo llegó plenamente a ese conocimiento tal como creemos los cristianos, posiblemente poco a poco. María y José siempre guardaron silencio. Aun para los no creyentes, su figura y su mensaje no ha pasado desapercibido, bien para enaltecerlo, bien para odiarlo.