Memoria histórica, mentira histérica. El caso de los caramelos envenenados | Francisco Alonso-Graña

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Corren tiempos y no es novedad, en que la mentira es utilizada como arma político-dialéctica muy poderosa para argumentar en falso, al tiempo que se fomenta la ignorancia de la ciudadanía con el fin de hacerla más vulnerable a embustes más o menos elaborados con tramposas finalidades.

Es ya muy famosa, y ha pasado a los anales de las frases célebres, una afirmación atribuida a Goebbels​​, lugarteniente de Hitler en la que dice que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad” y no cabe duda que él la ponía en práctica con todo su empeño. Alguien dijo también que Pérez Rubalcaba era en España una de las personas que “mentían con más sinceridad” y una máxima asimismo muy conocida y muy utilizada es “miente, miente, que algo queda” que muy bien pudo pronunciar Lenin pues a él se le atribuye, aunque parece que no fue suya realmente.

En nuestro actual mundo político, dispensen la repetición, todos somos conscientes de que la mentira está a la orden del día y es empleada con profusión por unos y otros con la mayor naturalidad y sangre fría. A pesar de que las hemerotecas podrían sacar los colores cientos de veces a muchos personajes, la verdad es que el mentiroso suele acompañarse de un cinismo  a prueba de vergonzosos ridículos. Hasta se ha acuñado una palabra, transversalidad y sus derivados, que no son más que una serie de eufemismos para encubrir y disimular lo que todos entendemos lisa y llanamente por mentira pues dicho término, transversalidad, define en este caso, una ideología que, hablando esquemática y llanamente, defiende hoy una cosa y mañana o antes, la contraria. Una argucia dialéctica con un nombre llamativo a la par que confuso de la que nos hicimos eco recientemente con motivo de las declaraciones de una destacada ministra del gobierno que actualmente soportamos con mayor o menor resignación.

Hoy día, en torno a la desgraciada Ley de Memoria Histórica o como quieran llamar a ese instrumento creado para cambiar la historia verdadera, la izquierda española está utilizando la mentira como base para la elaboración y desarrollo de ese engendro, atribuyendo a la clase política derecha todos los males y a la izquierda todos los bienes y, especialmente todos los sufrimientos padecidos bajo los supuestos tiránicos gobernantes derechistas, verdugos implacables de nuestro pasado reciente.

Ante tanta acusación por un lado y alabanzas por otro y ya que hablamos de memoria,  entre tanta desgracia acaecida, no estará de más recordar algún acontecimiento que con toda seguridad no vamos a encontrar en esas engañosas páginas. Vamos a traer pues a colación uno especialmente cruel y sangriento con la mentira como protagonista. No es agradable, y aceptamos que tampoco muy conveniente, el resucitar la parte infame de nuestro pasado pero por otro lado no está de más divulgar en lo posible hechos que de otro modo serían desconocidos merced a los manejos de la tan citada y parcial memoria. Me estoy refiriendo al conocido como “Caso de los caramelos envenenados”, sucedido en Madrid en un pasado no muy lejano.

Considerando que en aquella convulsa época en que tuvo lugar, 3-4 de Mayo de 1936, una máxima comunista era “todos los medios son buenos para triunfar”, otra “exterminar, exterminar” y la mentira y el fraude habían dado tan buenos resultados en la última contienda electoral, aquellas mentes rencorosas y malpensantes estimaron apropiada la oportunidad de servirse nuevamente de auxilios tan exitosos para fines propagandísticos y, en un montaje digno del cerebro de cualquier sádico personaje de los que tenemos por desgracia más de una muestra en la historia, idearon difundir entre la ciudadanía propicia para ello, el brutal y despreciable bulo de que en algunos colegios religiosos, los curas, monjas y algunas señoras dedicadas a la caridad, estaban repartiendo caramelos envenenados entre los niños con el fin de acabar con las vidas de los supuestos alevines marxistas para así cortar de raíz la propagación de tal doctrina tan beneficiosa para el pueblo, en su particular opinión.

Las fuerzas de orden público muy poco o nada hicieron para cortar las consecuencias del enorme y mezquino embuste y las casas de socorro se limitaron a publicar una nota en la que manifestaban que en ellas no se había atendido ningún caso de envenenamiento de niños, comunicado innecesario a la vez que maliciosamente sutil, al encubrir la idea de que se aceptaba la existencia de tales envenenamientos…en alguna parte. Como curiosidad, recordaremos también que se cumplían entonces cien años de otro bulo semejante en el que se acusó a los frailes de envenenar las aguas de las fuentes durante una epidemia de cólera. Dicen las noticias que entonces fallecieron setenta y tres religiosos. La historia, fatalmente se repite.

El caso es que, ante las exaltadas, teatrales e histéricas actuaciones de personajes cuyos nombres son conocidos: Julia “la Caballo”, Antonio “el Miseria”, Palmira “la Platanera”, etc. que interpretaron una comedia con un guión apropiado y aportando como prueba el “cante” o confesión de una monja llamada sor Delfina, los inocentes y crédulos padres fueron contagiados de la misma histeria y montando en cólera espoleados por los elementos citados (que una vez conseguida su pretensión, desaparecieron hábil y cobardemente de la escena y se diluyeron por las calles madrileñas), pasaron a la acción violenta. El daño estaba hecho y ya grupos, enfervorizados y ansiosos de venganza se dedicaron a la caza, captura y martirio de las pobres monjas, frailes y señoras de Acción Católica que los agitadores habían señalado previamente.

La historia nos relata con verdadero horror y con minuciosidad, los detalles de esas capturas y posteriores linchamientos plenos de una crueldad y ensañamiento tales que no me parece oportuno repetirlos aquí por lo criminal, vil y detestable: únicamente señalaré que se arrasaron iglesias, escuelas y conventos, sacando sus enseres a la calle, entregándolos a las llamas y hubo unos cuantos linchamientos precedidos de las más  salvajes torturas.

Hubiese preferido empezar el año tratando otro asunto más placentero o agradable pero las circunstancias obligan a que el tema y el tono sirvan para contrarrestar la mentira, establecer una guardia ante ella y sacar a la luz la verdad. No podemos permitir que se  nos mantenga engañados sin reacción y sin al menos el intento de esclarecer en lo posible aquella parte de la historia que esté en nuestras manos.

P.D. El caso de los caramelos fue negado en el parlamento por Casares Quiroga (de reconocido anticlericalismo), y se considera también en algunos medios como lo que hoy llamaríamos “fake new”. ¿Podría ser esto también una “fake new” de una “fake new”? Los hechos no están demasiado lejos en el tiempo para salir de dudas.

Francisco Alonso-Graña | Escritor

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