La EÑE no va a la escuela | Javier Toledano

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Semanas atrás asomó el hocico en los noticieros TV entre la invasión de Ucrania, las medidas de ahorro energético, majaderías anti-corbata y el sindiós de los precios del gas: “La vuelta al cole”. Recuerdo que, cuando niño, al acabar el veraneo, la publicidad sobre el particular de unos grandes almacenes, peques sonrientes con sus flamantes mochilitas a la espalda, me enojaba de lo lindo. Este nuevo curso trae al hombro el encarecimiento del material escolar. Inflación desbocada. Libros por las nubes. Un drama para muchas familias. El gasto medio por alumno se ha disparado escandalosamente. Se habló, ahí es nada, de unos 400 € per cápita. Incluso los sacapuntas han experimentado un aumento de precio demencial.

De pasada, en segundo plano tras el factor económico, citaron los nuevos planes de estudio, pues ya será de aplicación la delirante ley urdida por la ex ministra Celaá (que ahora se presenta en sede vaticana tocada con la tradicional peineta). Ley corregida y aumentada por Pilar Alegría, su “peritísima” sucesora, algo torpe en cálculo aritmético. Un bodrio enfocado a la depauperación galopante de los contenidos y a la conversión de la enseñanza pública en herramienta de adoctrinamiento para ahormar a la cosmovisión “progre” a las nuevas promociones estudiantiles. Es cosa sabida, a quienes de continuo se les cae de la boca la defensa a ultranza de lo “público”, en particular de la “instrucción” (como se decía antaño), son precisamente quienes más se empecinan en devaluarla. Ideología de género a tutiplén. Talleres de arcilla para modelar pitilines. Suspensos a la carta pasando alegremente de curso. Matemáticas “socioafectivas”. Historia y Filosofía al cuarto de los ratones. Geografía sí, pero comarcal, y ni una pulgada más allá. Y, cómo no, odio a España a carretadas. Excelencia y esfuerzo vetados. ¿Disciplina?… Que me da la risa. La mnemotecnia eliminada por casposa antigualla, es decir, el “olvido de la memoria”, si vale la paradoja. Una castaña pilonga.

Se trata, ingeniería social le llaman, de confinar en la ignorancia a buena parte del alumnado. Analfabetismo funcional que aherroje a nuestros chicos para los restos al subempleo y a las ayudas sociales gestionadas por los dadivosos gobiernos de izquierdas: voto cautivo. Adiós al ascensor social que para las gentes de condición humilde habría de representar una enseñanza pública potente y bien estructurada, que es la única fórmula que vertebra, da cuajo y consistencia a una sociedad.

En uno de esos noticieros se aludió fugazmente a la reiterada desobediencia del gobierno regional de Cataluña a las sentencias del TSJC que establecen la impartición de un 25% de las materias troncales en lengua española. Desobediencia flagrante mediante artificios legaloides urdidos en comandita con el PSC, el partido que gobierna España a través de su franquicia capitalina (PSOE). Porcentaje que, por otra parte, es poco menos que una limosna. Pero fue la excepción. El vector dominante en todas las informaciones era la carestía de la “cesta escolar”. Que no digo que el asunto carezca de interés, pero la auténtica tragedia es que en España no se puede estudiar en español. A pesar de su existencia centenaria, una de las naciones más antiguas de Europa (y por extensión del mundo), es, y no es fácil decirlo, una nación incompleta, fallida, por la cobardía de sus gobernantes y la desidia de sus gobernados. Cabe recordar que, por razones históricas, el español es un idioma de difusión universal, y algún interés tendrá su aprendizaje académico, no menos, digo yo, que el burmeso, el eólico dulce o la jerigonza que chamullan los bimin-kuskusmin de Papúa-Nueva Guinea.

Pues basta que la enseñanza pública en lengua española, única lengua oficial en toda la nación, cuando menos nominalmente, esté vetada, prohibida, obstaculizada, en una mínima parte del territorio que la integra para afirmar, la conclusión es irrebatible, que en España, en efecto, no se puede estudiar en español. Y que nadie me replique que eso no sucede en su pueblo, pues sí sucede en otros. Y que eso es cosa de “los catalanes”. Y que exagero al tomar la parte por el todo. Pues nunca una metonimia, amigo mío, fue tan atinada descripción de la realidad.

Sólo que la “parte” no es tan mínima: Cataluña, Valencia, Mallorca, Vascongadas, Navarra y Galicia. Y en espera Asturias con el bable y acaso Canarias con el silbo gomero. El destierro del español de las aulas, parcial o total (inmersión obligatoria en lengua co-oficial), afecta a unos 110.000 kms 2 del territorio y a una población de casi 20 millones. Atiza. A cuento de la desvertebración lingüística de España hemos asistido a enjuagues sin cuento, un alud de leyes coactivas de ámbito regional, sentencias incumplidas, amaños constitucionales… y todo para impedir que sea efectivo de una p*** vez y para siempre el derecho a elegir la lengua española como lengua vehicular para la instrucción de los alumnos en cualquier rincón de España.

Hemos visto de todo en la desigual lucha contra los sistemas “inmersivos” y liberticidas, desde la atención individualizada para hijos de padres litigantes, a las inefectivas medidas indemnizatorias de la infumable Ley Wert, y ahora cuotas y porcentajes que los caciques particularistas se pasan por el forro con la connivencia del gobierno de la nación y que no dejarán de hacerlo por muy alto que proclame Feijóo esa vaporosa ñoñería de la “cordialidad lingüística”. Quien, mira tú por dónde, no anda libre de culpa.

Por el camino quedan héroes anónimos, olvidados y abandonados por las sucesivas administraciones, esos padres que han dado la cara y se la han partido contra los malos, y de los que es actual portavoz, a su pesar, el padre del niño de Canet de Mar. Pero ha habido otros, Eduardo López-Dóriga (presidente durante doce años de la combativa Asociación por la Tolerancia), Ana Moreno (madre coraje de Balaguer), etc. Esos padres para quienes Muriel Casals, dirigente de Òmnium (Òdium) Cultural, que muy en gloria esté, solicitó la retirada de la patria potestad de sus hijos por oponerse a ese delirio siniestro de la inmersión obligatoria dominante en Cataluña.

En España, la eñe no va a la escuela. Quienes odian a España, y sus descastados cómplices, esos que por cálculo político cortejan servilmente a los nacionalistas periféricos para ganar la investidura y aprobar los presupuestos, no la dejan matricularse y la pobre eñe se ha quedado solita, sin pupitre, apartada en un rincón. Sin ella en la escuela, no hay nación plena. Es irreconocible para quienes la amamos. Y no debemos consentirlo ni un día más o seremos recordados como esos huevones sin sangre en las venas que se dejaron robar su nación delante de sus propias narices, mientras miraban la tele o tomaban apaciblemente el aperitivo, jijí, jajá, en una terracita.

Javier Toledano

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