La casta política se ríe de los españoles: diputados en vacaciones eternas, nación abandonada

 Diputados sin vergüenza, ciudadanos sin descanso

España no se gobierna. España se abandona. Mientras millones de familias se esfuerzan por sobrevivir con salarios congelados, hipotecas al alza y una presión fiscal insoportable, la clase política se permite el lujo de desaparecer del Congreso durante semanas. Desde la vuelta de las vacaciones navideñas el pasado 11 de febrero, nuestros diputados apenas han tenido actividad dos meses, y ya han vuelto a parar por Semana Santa, sin sesiones plenarias entre el 11 de abril y el 6 de mayo. Cuatro meses y medio desde finales de diciembre, dos de trabajo. Esto no es una anécdota: es  un insulto al ciudadano. Es una afrenta.

¿Cómo es posible que, en medio de una crisis económica, institucional y moral, los llamados “representantes del pueblo” trabajen menos que cualquier trabajador medio y cobren diez veces más? ¿Qué clase de república de burócratas hemos permitido que nos gobierne?

La política como privilegio o como el Congreso se ha convertido en cortijo. El Congreso de los Diputados no es hoy un espacio de representación ciudadana. Es el club privado de una élite que vive ajena a las dificultades del pueblo. Con sueldos por encima de los 5.000 euros mensuales, más dietas, más privilegios, más coches oficiales, nuestros políticos disfrutan de un calendario laboral que insulta al contribuyente. No se conoce en el sector privado ningún empleo donde trabajar la mitad del año dé derecho a semejante remuneración.

¿Qué se legisla en este país? ¿Qué se debate? ¿Qué se defiende? Nada. Solo se defienden sus propios intereses, sus agendas ideológicas, sus pactos partidistas. Los problemas reales de los españoles no existen para ellos. Solo existen cuando toca pedir el voto o justificar más impuestos.

Es el gran fraude del parlamentarismo moderno. Nos quieren hacer creer que vivimos en una democracia sólida. Pero lo cierto es que la democracia representativa ha sido secuestrada por una casta parasitaria que se ha blindado contra cualquier tipo de control real. Los diputados no rinden cuentas. No son fiscalizados por los medios ni por sus partidos. No sufren consecuencias.

Han convertido el Parlamento en una institución decorativa, donde el debate real ha sido sustituido por monólogos ideológicos y juegos de poder. ¿Dónde están las leyes urgentes? ¿Dónde están las reformas educativas, fiscales, sanitarias o demográficas que necesita esta nación? No existen. No interesan. Están de vacaciones.

Predican austeridad, pero viven como casta. La incoherencia es grotesca. Los mismos políticos que exigen a los ciudadanos que “se aprieten el cinturón” no dudan en mantener sus privilegios intocables. Los mismos que piden “solidaridad fiscal” no tienen problema en seguir cobrando sus dietas aunque no asistan a sesiones. Los mismos que hablan de “crisis climática” no renuncian a coches oficiales ni a vuelos innecesarios.

Como dijo un trabajador indignado en redes sociales: “Ellos se creen con más derechos que un autónomo, un médico o un profesor. Trabajan la mitad y cobran el triple.” Esta frase resume el sentir de una mayoría silenciosa que ya no cree en sus representantes, porque hace tiempo que dejaron de representarlos.

España sufre. Y sufre en silencio. La inflación no da tregua. La deuda pública se dispara. La natalidad se desploma. La sanidad y la educación están al borde del colapso. Pero nuestros diputados están de vacaciones. No es ironía. Es indignación.

¿Dónde está el debate sobre la unidad de España, la protección de la familia o la defensa de la vida? ¿Quién habla del drama de la vivienda o de la destrucción del tejido productivo? Nadie. Porque la política institucional ya no se hace para resolver problemas. Se hace para mantener cuotas de poder, para blindar privilegios, para imponer una agenda ideológica que margina a la mayoría y premia a las minorías ruidosas.

Es hora de decirlo sin rodeos: la regeneración institucional no puede esperar más. España necesita un Congreso que trabaje, que legisle, que esté presente. Que escuche. Que se someta al mismo nivel de exigencia que cualquier otro trabajador. No más vacaciones eternas. No más sueldos desproporcionados. No más impunidad.

Los diputados deben recordar que su sueldo lo paga el ciudadano. Que su función es servir, no servirse. Que su tiempo no les pertenece, sino que es un recurso público al servicio de la nación.

Mientras ellos descansan, España se desangra.

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