El contraste gigantesco: honrando a los Mártires en México y España | Alfonso P. Sanz


En un país como España que se habla mucho de memoria histórica hay que poner de manifiesto el abrumador contraste entre cómo México y España honran a sus mártires católicos.

Mientras México erige imponentes santuarios para conmemorar a un sus víctimas de la Guerra Cristera (1926-1929), España relega a más de un centenar de mártires beatificados de las masacres de Paracuellos del Jarama (1936) a un modesto cementerio sin apenas visibilidad. Este desequilibrio no solo resalta diferencias arquitectónicas y presupuestarias, sino también una disparidad en el compromiso con la dignidad de los caídos por su fe. Exploraremos estas divergencias, basándonos en datos concretos, para ilustrar cómo un país eleva su pasado a símbolo de reconciliación, mientras el otro parece condenarlo al olvido.

Comencemos por México, donde la devoción por los mártires cristeros se materializa en estructuras monumentales. El Santuario de los Mártires de Cristo Rey, ubicado en el Cerro del Tesoro en Tlaquepaque, Jalisco (cerca de Guadalajara), es un ejemplo paradigmático. Inaugurado parcialmente en 2007 tras décadas de construcción, este templo es considerado el más grande de Iberoamérica y uno de los más imponentes de México. Con una superficie de aproximadamente 185,000 metros cuadrados (1,991,324 pies cuadrados), su nave principal tiene capacidad para 12.000 personas sentadas, expansible a 20.000 en eventos especiales, y un atrio exterior que puede albergar hasta 50.000 fieles. La estructura requirió 100.000 metros cúbicos de concreto y 26.000 toneladas de acero, con un costo parcial reciente de 3,8 millones de dólares solo para el techo de tres niveles. Administrado por la Arquidiócesis de Guadalajara, el santuario honra principalmente a los 25 mártires canonizados por Juan Pablo II en 2000, junto con otros beatificados, víctimas de la persecución anticlerical del gobierno mexicano. Su diseño, con vitrales monumentales y una ubicación elevada, lo convierte en un sitio de peregrinación que atrae a miles anualmente, simbolizando la resistencia de la fe católica.

Este fervor no se limita a Guadalajara. En los últimos años, México ha impulsado la “Ruta de los Cristeros”, un itinerario religioso que conecta sitios históricos de la guerra, con nuevos santuarios erigidos para perpetuar la memoria. Por ejemplo, en 2023, la Arquidiócesis de Durango inició la construcción de un nuevo santuario dedicado a los mártires cristeros en el lugar exacto de sus ejecuciones. Con una superficie de 1.023 metros cuadrados, incluye una nave con capacidad para 285 personas sentadas (745 de pie), una sacristía, capilla del Santísimo, oficinas y una torre campanario de 330 metros de altura, diseñada para evocar la firmeza de la fe ante la persecución. Aunque el presupuesto exacto no se detalla públicamente, el proyecto, previsto para completarse en 2026, refleja un compromiso estatal y eclesial con la preservación de esta memoria, integrando educación histórica y turismo. Otros sitios en la ruta, como relicarios en iglesias de Jalisco y Guanajuato, han recibido inversiones similares, fomentando una narrativa de heroísmo y reconciliación.

En marcado contraste, España trata la memoria de sus mártires de la Guerra Civil con una indiferencia que roza la indignidad. Las masacres de Paracuellos del Jarama, ocurridas en noviembre y diciembre de 1936, resultaron en la ejecución de entre 5.000 y 10.000 personas, muchas de ellas clérigos y religiosos, por milicias socialistas y comunistas del Frente Popular. De estos, más de un centenar han sido beatificados por la Iglesia Católica, formando parte de los 2.129 mártires beatificados en total de la Guerra Civil española (con 11 canonizados). Grupos como los 498 beatificados en 2007 incluyen víctimas de Paracuellos, como vicentinos y salesianos ejecutados en fosas comunes. Sin embargo, su conmemoración se reduce a una pequeña capilla en el Cementerio de los Mártires de Paracuellos, un humilde camposanto sin señalización visible desde la carretera principal.

Esta pequeña iglesia, construida en 1941 sobre fosas masivas, carece de grandiosidad alguna, es un espacio modesto, con capacidad para poco más de 100 personas, sin presupuesto significativo para mantenimiento o expansión. La ausencia de una simple señalización en la carretera obliga a los visitantes a buscarlo con dificultad, simbolizando un olvido institucional.

Esta indignidad se agrava por la asignación de fondos públicos. La Ley de Memoria Democrática de 2022, promulgada por el gobierno español, destina millones de euros a exhumaciones y memoriales del lado republicano, con énfasis en reparaciones y justicia para los represaliados de ese bando. Sin embargo, sitios como Paracuellos, que recuerdan las atrocidades y asesinatos cometidas por el gobierno de la república, no reciben nada. Pese a presupuestos anuales de hasta 15 millones de euros para entidades memorialistas afines al gobierno, no se invierte en dignificar la memoria de estos mártires, priorizando una narrativa que “blanquea” aspectos criminales del pasado. Esto contrasta con México, donde el número de mártires honrados es menor (25 canonizados principales), pero la inversión en su memoria es colosal.

Mientras México transforma colinas en monumentos de fe con capacidades para decenas de miles y presupuestos millonarios, España condena a sus cientos de beatificados a un rincón olvidado. Esta disparidad invita a reflexionar: ¿es la memoria selectiva una forma de injusticia? Honrar a los mártires no divide, sino que une en la búsqueda de verdad. México lo demuestra; España podría aprenderlo. Y, por cierto, los obispos españoles deberían ser conscientes de esta ignominia.

Alfonso P. Sanz | Jurista y escritor

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