En el ambiente de simpleza y tosquedad política corrientes se usa mucho el derecho de Ucrania, como país independiente, a elegir sus aliados, es decir, la OTAN, como prueba de la justicia de su causa. Pero, claro, Rusia tiene también el derecho a tomar medidas si la OTAN amenaza su seguridad. Y también tiene derecho a proteger a la minoría rusa que se siente agredida por las políticas de Kíef. En la vida real, todos tenemos muchos derechos, pero los aplicamos o no según muchas circunstancias. Los derechos de unos chocan con los de otros y casi siempre es preciso llegar a algún equilibrio, a medias satisfactorio y a medias fastidioso para todos. Eso o la pelea y la querella, o, en la política internacional, la guerra.
Un ejemplo histórico nos puede servir: ¿tenían los sudetes derecho a integrarse en Alemania? Por supuesto que sí, según el principio de autodeterminación expuesto como básico al terminar la I Guerra Mundial. ¿Tenía el estado checoslovaco derecho a salvaguardar sus fronteras y su integridad territorial? Evidentemente, también lo tenía. Al final prevaleció de lleno el primer derecho, y casualmente fue el primer paso a la II Guerra Mundial.
Conviene tener bien en cuenta qué es la OTAN y por qué quiere Kíef integrarse en ella y por qué la propia OTAN es reticente. La OTAN no es una alianza entre iguales, sino dirigida por Usa y en segundo plano Inglaterra, es decir, por sus intereses nacionales combinados con cierto mesianismo. Por eso la OTAN no solo fue antisoviética, sino también antirrusa, como constató un decepcionado Solzhenitsin. Aunque en la mentalidad común y en la práctica se fundó la OTAN como defensa frente al expansionismo soviético, su verdadera razón de ser no fue esa, sino la defensa/expansión de los valores demoliberales identificados con los particulares intereses anglos. Caída la URSS, la OTAN se convirtió en una alianza agresiva, dedicada a “extender la democracia a cañonazos”…allí donde convenía a aquellos intereses, como muestran sus aventuras, costosas en dinero y mucho más en sangre, por Irak, Afganistán, Libia o Siria, o su intervención en la aniquilación final de Yugoslavia. Y también en Ucrania, donde amparan a un gobierno “democrático y europeo que intenta destruir allí la cultura rusa y ha perpetrado agresiones militares muy duras contra el Donbás.
Si todo dependiera de la fortaleza militar llamada convencional, la OTAN ya se habría lanzado sobre Rusia, dada su absoluta superioridad en ese terreno. Pero Rusia no es Libia, tiene armas nucleares, por lo que la jugada ha sido, por una parte derrocar al gobierno prorruso con la táctica de las “primaveras árabes”, y por otra animar a los gobiernos nacionalistas ucranianos en su política y agresiones antirrusas, hasta llegar al choque de los dos derechos, pero sin comprometerse abiertamente. La jugada le ha salido bien, al menos por ahora, porque los rusos se están desgastando en Ucrania, donde la OTAN solo tiene que intervenir prolongando la guerra mediante el envío de armas y asesores. De momento, es lo que está sucediendo.
No obstante, se dirá que la OTAN defiende la democracia, por lo que su causa es la buena. Aparte de sus agresiones, hay que tener en cuenta dos cosas: la ideología de la OTAN y la UE es el despotismo LGTBI-multicultural, una degeneración del liberalismo. Y la formación de la opinión pública está en manos de poderosas Triples M ligadas a intereses particulares, cuya potencia manipuladora se está demostrando terrorífica.
Por lo que respecta a España, sus políticos e intelectuales tienen tan asumido que es un país de pandereta, que en sus análisis ni siquiera toman en cuenta los intereses españoles. Pero ellos son los que reducen a España a país de pandereta, como revelan las encuestas: millones de patriotas ucranianos y casi ninguno español. Librarnos de esa peste manipuladora va a ser muy difícil
Pío Moa | Escritor