‘Confesiones de un bot ruso’ es un ensayo en el que un antiguo empleado que trabajaba como desinformador y troll explica los métodos que empleaban para manipular opiniones
Conforme avanza la lectura desaparece todo tipo de inocencia. De repente todas esas cuentas maravillosas repletas de monas mascotas y contenido divertido cobran un nuevo sentido como granjas masivas de seguidores (¿porqué si no alguien iba a tomarse tantas molestias creando contenido?). Son tantos los tejemanejes que emplean que es imposible acabar sin pensar que algunas de esas tácticas han sido empleadas en el contexto pandémico.
El autor explica la metodología sin tapujos: se trata de manipular la conversación para silenciar las disidencias, de camuflarse robando contenido que luego permita la segmentación, de desanimar al bando contrario en las guerras culturales y cocinar los trending topics. Para ello valen todo tipo de estrategias, desde el content seeder (plantar contenidos) con influencers hasta los ecosistemas de bots ficticios pasando por los troll centers repletos de gente real cultivando bots, los ataques de falsa bandera en que el culpable parece el enemigo o el black hat SEO. Comprar seguidores está a la orden del día y se valora especialmente las cuentas de trolls alfa que son líderes de opinión sin rostro.
Por todo ello nos sentamos a chatear con el autor. La primera pregunta evidente implicaba sus motivos para destapar la manta sin terminar por nombrar los partidos políticos concretos para los que trabajó: «Destapar cómo funciona este sistema es algo que ayuda a los usuarios. Mucho más que decir ‘fulanito tiene bots’ o ‘menganito tiene un ejército de trolls’. Eso es pan para hoy y hambre para mañana. Porque mañana habrá un tercero que haga lo mismo y la hormiguita estará aplastada y sin poder decir ‘te lo dije’».
De hecho, añade un ejemplo de los últimos días: «Hace poquitos días pudimos ver cómo centenares de cuentas árabes compartieron contenidos con el hashtag #BusquetsEnElBanquillo, en relación al futbolista del FC Barcelona. Algunos influencers del mundo árabe aseguraron que no existía ninguna campaña contra el jugador. Sin embargo, hay algunos factores que resultan extraños. Como, por ejemplo, la gran cantidad de cuentas que participaron y no se siguen entre sí. Un dato que me hace pensar que sean cuentas destinadas a impulsar tendencias en Twitter».
Al preguntarle cómo podía compaginar insultar de forma sistémica con su día a día, se abre y explica que este ensayo está escrito desde su particular purgatorio, habiendo tomado conciencia de las graves consecuencias de un trabajo que en su momento edulcoró y tomó como un juego, a modo manera de estrategia defensiva.
Atemorizado por toda la manipulación que revela no puedo menos que inquirir si no serían necesarias más campañas para tomar medidas legales en este asunto. Está claro por su respuesta que es un tema con muchos matices: «Estamos acostumbrados a rellenar formularios a cambio de hacernos usuarios de un ‘servicio gratuito’. E incluso las famosas tarjetas del supermercado que nos dan acceso a descuentos estupendos. La realidad es que esas empresas no nos están regalando nada, son ganchos para hacerse con gran cantidad de datos sobre nosotros. Y, en cierto punto, es lícito: ¿por qué no ayudar a un supermercado a mejorar según el perfil de quienes compramos en él? Sin embargo, como todo, tiene una cara b: ¿qué sucede cuando se trafica con nuestros datos?».
Por supuesto también expreso frente al autor el cambio de mentalidad que produce la lectura de su ensayo respecto a las cuentas que comparten monadas o material divertido. Ahora lucen como lo que son: granjas de seguidores. Respecto al cultivo de seguidores con cuentas de entretenimiento él explica que también sucede lo mismo con las cuentas con perfiles falsos de ‘chicas sexys’ que funcionan muy bien al margen del tema del que compartan contenido porque «el usuario ‘macho’ buscará la forma de interactuar con ese perfil aunque el tema del que hable no le interese lo más mínimo. Y eso ayuda a que más ‘usuarios macho’ vean la cuenta y decidan seguirla».
Finalmente comentamos la última parte del libro en la que explica sus motivaciones para escribirlo: ofrecer herramientas a todos los usuarios para el uso responsable de internet para ser capaces de detectar campañas de astroturfing y pedir disculpas siendo consciente del daño que ha podido llegar a ocasionar con víctimas reales.
En ese sentido su motivación continúa intacta y pone ejemplos presentes: «Algunos acontecimientos que han tenido lugar en las últimas semanas (Garzón y las macrogranjas, Veronica Forqué…) dejan patente que este tipo de campañas existen, que estamos (muy) desinformados y que es posible que provoquen un daño irreparable. Y por ello es necesario que los usuarios de internet dispongamos de la información suficiente sobre cómo son y cómo se ejecutan este tipo de estrategias».
En un contexto en el que el derecho a la información queda cada vez más en entredicho y somos los usuarios los que acabamos intoxicados de todas estas prácticas nocivas de grandes empresas y partidos, es casi inevitable terminar algo paranoicos, pero está claro que los tiempos y las redes actuales tal vez requieran un cierto nivel de recelo.
Confesiones de un bot ruso (Debate, 2022)
(Con información de The Objective)