¿Nadie es capaz de acabar con el PSOE y con su socialcomunismo globalista? | Jesús Aguilar Marina

acabar con el PSOE y el socialcomunismo

La Farsa del 78 ha supuesto la okupación más descarnada de nuestras instituciones por la izquierda más descompuesta y fanatizada. Una izquierda de odio que, con asombrosa y terrible impunidad, está vendiendo a España trozo a trozo, día a día, delito a delito, traición a traición.

Durante la Farsa del 78 el poder ha franqueado a quienes lo han ejercido, y nadie lo ha usado en su provecho tan extractivamente como el socialcomunismo, que ha escudado sus crímenes tras el sarcástico respeto a dichas instituciones, a los intereses del país, a la razón de Estado e incluso a la Constitución y a la Monarquía.

Lleva casi cincuenta años escenificando una inmunda comedia de horrores y delitos (sin contar las seis décadas anteriores al franquismo) y está empeñado en prolongarlos y extenderlos en tanto quede España por destruir.

Una demostración tan larga, continua y uniforme de fechorías, como las que ha venido ejecutando a lo largo de su historia, debiera convencer a todos de la criminalidad del PSOE en particular y del socialcomunismo en general. Pero el ejemplo parece aleccionar poco a quienes tienen poder para impedirlo o a la hez popular que reelige a los facinerosos o a sus cómplices.

De manera que, mientras masacran a la patria y la venden a sus enemigos, nos desaconsejamos de la experiencia, y de catástrofe en catástrofe y de infamia en infamia, permitimos que el Mal nos conduzca hasta la indignidad y la ruina.

Por mera analogía, esta realidad y esta impotencia nos advierte de que en otros tiempos no lejanos hubo en España un verdadero progreso patriótico, del que no queda actualmente más que un surco vacío. Un abismo que se intenta inútilmente rellenar con señuelos, sucedáneos, comicios y demás apariencias, sin buscar en las cosas pretéritas o ausentes la ayuda que no se consigue en las presentes, todas ellas incapaces de suplir lo esencial.

Y lo esencial son las raíces y la estima individual y nacional robadas por esa ideología desoladora que es el socialcomunismo, bajo cuya bota codiciosa y sangrienta no sólo jamás se rellenará la sima, sino que acabará haciéndose insondable.

En tanto, nuestro paisanaje de prohombres y el colectivo de figuras con poder permanecen de brazos cruzados; silbando, mirando hacia otro lado o escondiendo la cabeza bajo el ala. O traficando con la alevosía y con los muros en ruinas de la patria, que es una actitud más vil. Porque aquí y ahora todos parecen negociar fructíferamente con la sangre extraída de nuestra magnánima y sagrada tierra.

La cruda realidad es que la lacra socialcomunista está acabando con España y con la convivencia sin que nadie mueva un dedo para impedirlo. De modo que, si se es tanto más miserable cuanto más bajo se cae, como apuntó Pascal en sus Pensamientos, el PSOE y su socialcomunismo globalista —junto a quienes pudiendo hacer algo no hacen nada—, se han abismado en el horror de las sentinas más profundas y nauseabundas.

El socialcomunismo actual, con todos sus líderes pringados y atrapados en los detritos de las cloacas, demuestra una vez más que sigue instalado históricamente en una conducta salvaje. Se trata de una furia bestial e intrínseca, delictiva y ciega, que no sacia nunca su sed de poder y sus sentimientos de rencor hacia la libertad, la excelencia y la belleza.

Nadie de alma exenta y en su sano juicio duda de que los rojos son una caverna de corruptos. Terroristas verbales y físicos, cuyas prácticas violentas las han convertido en habituales. Ello hace imposible para cualquier persona normal cohonestar su conciencia con el socialcomunismo. Junto a éste, no es posible el decoro, pues constituyen un tremendo lastre para la coexistencia y el progreso.

Parásitos y depredadores, inmorales y resentidos como son por naturaleza, no aportan al común sino los infinitos pecados de la corrupción, las turbiedades de las guerras sucias, las políticas delictivas de trinques y comisiones y el fracaso en la economía, en la educación y en la acción cívica. Además de su perversidad y de la permanente traición a la patria.

El rojerío no duda en ejercer la violencia si es necesaria para alcanzar su objeto. Y, llegado el momento, se la exige a sus correligionarios y votantes. Esto es, la confrontación sin medida contra todo lo opuesto, lo excelente y veraz. Aunque haya que pisotear la lógica e ignorar la realidad u ocultarla.

De ahí que los españoles de bien, los espíritus libres, deban defenderse perentoria e imperativamente de esta repugnante doctrina y de sus doctrinarios, arrancando sus fundamentos de raíz. Y con ellos sus innumerables carátulas y su satanismo. Va en ello su hacienda, su libertad, y su vida, más la unidad y vigencia de la patria.

Jesús Aguilar Marina  | Poeta, crítico, articulista y narrador

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