El 3 de agosto de 1936 fue bombardeada la Basílica del Pilar de Zaragoza durante la Guerra Civil española. Un avión del ejército republicano lanzó sobre la plaza del Pilar cuatro bombas. Una cayó al Ebro, otra sobre el pavimento de la la plaza (frente a la calle Alfonso) y dos en el interior del templo, dañando la pintura de Goya frente a la Santa Capilla. La otra hizo un agujero en la cúpula. Providencialmente, y sólo Dios sabe si milagrosamente, ninguna de las dos llegó a explotar.
Los mismos que estaban empapando la geografía de España con la sangre de mártires intentaron destruir uno de los mayores símbolos de la fe católica.
La diversa documentación de lo que ocurrió aquel día recoge que las bombas se lanzaron sobre las 3 de la madrugada, un 3 de agosto de 1936. De aquel día queda el testimonio que publicaba Heraldo de Aragón de Tomás Burillo, el hombre que avisó de la caída de las bombas en la plaza del Pilar. Aseguraba que fue de madrugada y que escuchó el zumbido de algo al caer. Salió a la calle y comprobó que había una bomba en la plaza.
Que las bombas no explotaran se atribuyó, en el bando nacional y católico así como entre la población zaragozana, a un milagro por intercesión de la Virgen del Pilar. Desde el punto de vista más técnico pudo deberse a un error humano: que el avión (un Fokker trimotor de las Líneas Aéreas Postales Españolas militarizado por la República) que las lanzó volaba demasiado bajo, que el material era anticuado o que estaba mal montado. Solo Dios sabe la causa, pero lo cierto es que la Basílica se salvó de una gran destrucción.
Una cruz en el pavimento
De lo que ocurrió aquel día, en la basílica están expuestas las dos bombas que recuerdan este episodio de nuestra historia. Se encuentran en uno de los pilares cercanos a la Santa Capilla, junto con las banderas de hispanoamericanas de Méjico, Haití, Costa Rica, Perú y El Salvador. La cubierta de la basílica conserva aún los boquetes que dejaron las bombas. Y una cruz de mármol señala el lugar exacto de la plaza en el que cayó el tercero de los proyectiles cuyo impacto, según los relatos de aquella época, dejaron en el pavimento la forma de una cruz.