La cochambre: el signo de los tiempos. No se trata sólo de una mutación desconcertante de los valores tradicionales de la sociedad occidental, que es la única en el mundo que provee de libertades, derechos civiles y políticos aseados a quienes viven en ella. Es el mal gusto. La ordinariez. Una suerte de relativismo de oportunidad, y siempre chabacano, mugriento y bajo-ventral. Todo un carrusel de esfínteres, pichas y vulvas, que es algo, esto último, que suena como a mejillón gigante y que en singular tiendo a confundir con el apellido de un famoso cosaco. Atenta la guardia: las mujeres, nos dicen, ya no son mujeres, han pasado a designarse mediante una función metabólica en su fase eliminatoria. Catabolismo puro. La reducción, la jibarización de la mujer, de lo femenino, a una categoría excretora no muy diferente de la formación del quimo intestinal y su posterior conversión en heces. Ahora son “personas menstruantes”. ¿Cómo dice? Tal cual: menstruantes. A mí que me registren. Compadezco a las mujeres hoy en manos de sus mayores detractores, las “ultra-lesbo-feministas” de la ideología de género y de esa galopante involución cívica que representa el hegemónico universo woke.
Las compadezco, sí, pero… hay que animar a las mujeres cabales que aún quedan, ojalá sean muchas, a que pongan pie en pared porque esto sólo lo paran ellas. Los hombres no sometidos a la idiocia global hemos sido descalificados, expulsados, arrasados, eliminados de la ecuación. Nuestra opinión, o no pinta nada o es sospechosa de consolidar los cimientos del aborrecible patriarcado, sobre todo si somos blancos, “heteros” y defensores del derecho a la propiedad. Pues hemos mutado por arte de birlibirloque, al decir de la progresía promotora de nuevas identidades, en reincidentes y sádicos cazadores de ciervos y apaleadores lúdicos de fin de semana que, armados con bates de béisbol, no tenemos nada mejor que hacer que tundirle el cráneo a homosexuales y a individuos de otras, así llamadas, minorías.
Hasta hoy las gentes del común pensábamos que en democracia el individuo es portador de unos derechos civiles y políticos al margen de consideraciones de nacimiento. Que en cuanto a los derechos citados nadie es más que nadie, ni tampoco menos, por su procedencia, sexo, color de piel, situación económica o por su grado de imbecilidad, siempre que ésta no sea incapacitante.
Pero el panorama ha cambiado y mucho en los últimos años. Se pretende hoy que los factores identitarios, por ejemplo la sexualidad o el factor racial, sobrepujen al baremo cívico de la igualdad de derechos consagrado en la mayoría de las cartas constitucionales contemporáneas. Hablamos de las discriminaciones positivas, de las cuotas para determinados colectivos y otras medidas similares. Y el mensaje es que los homosexuales, las personas “racializadas” o las mujeres disfrutan de sus derechos, no por ciudadanía, si no en virtud de las identidades reivindicadas y por las “deudas contraídas” con ellos y las indemnizaciones no cuantificadas a las que dicen tener derecho por su pertenencia al colectivo de turno. Atributos que pasan a ser definitorios de la persona y, si suena la flauta, remunerables. De tal modo que un presidente de Estados Unidos es bueno, pero no por ser un gran estadista, en adelante algo secundario, si no porque es negro. O gay. O la primera mujer en ejercer el cargo. Lo mismo rige para las categorías “astronauta”, “científico”, “cirujano” o “jurista”. Entendamos que nos referimos a desempeños y actividades que en sí contienen el ornato de la excelencia y del prestigio.
Para hablar de las mujeres en un espacio de RTVE emitido recientemente utilizaron la expresión “personas menstruantes”. ¿Por qué? Los malos siempre aducen sus razones y los tontos las compran y reproducen si tienen ocasión, mientras los buenos, a menudo demasiado tibios, se fingen sordos y callan, cuando deberían alzar la voz para contener la difusión de la estulticia. La explicación es tan sencilla como manicomial. Las “personas menstruantes” no agotan el concepto “mujer”. Y no se refieren a aquellas que por mandato biológico dejaron de ovular. Pues no son menstruantes, pero no por ello dejan de ser mujeres, y uno supone que los autores del engendro conceptual son conscientes de ello. Hay mujeres, con todas las de la ley (quiero decir de las leyes de género actuales), y en edad de merecer, que no menstrúan, pues son mujeres encerradas en el cuerpo de hombres y, lógicamente, no tienen capacidad para ello. También hay quienes afirman ser cabras (o cabrones) encerradas en un cuerpo humano, pero ésa es una variedad interespecie que no hace al caso.
De lo que se trata es de ciscarse en la biología y en las combinaciones cromosómicas. Aquello que siempre se dijo de “no ver al rey desnudo”. Tenemos, pues, mujeres con luengas barbas, membrudos brazos, pelos hasta en los nudillos de la mano y rebolillas en el culo si no se limpian concienzudamente luego de descomer, y que pueden, incluso, ingresar en el módulo femenino de un pabellón penitenciario, sin cirugía y con el pitilín en ristre y “operativo”, como fuera el de un preso “trans” en la cárcel de Fontcalent (Alicante)
En este tipo de casos registrales se basan los guionistas de RTVE para establecer que la celdilla clasificatoria “mujer” es muy amplia y que las “menstruantes” serían un subgrupo de la misma, el más numeroso sin duda, con un 99’99% de las asignaciones. Pensando en esta terminología meramente ginecológica, desagradable, ideológica y doctrinaria para designar a la mujer, me he dicho que si yo lo fuera y alguien me llamara eso a la cara (“persona menstruante”), lo que haría como primera providencia es arrearle un fuerte puntapié en las pelotas con la puntera de mis zapatos de tacón de aguja… y una vez macerados, le daría puntilla a los tales con ayuda del stiletto. “Eso se lo llamas a tu p*** madre, mamarracho”.
Es muy cómodo jugar con ventaja, y todos conocemos a mujeres que nos parecían auténticas sacar provecho de la gran confusión legal y también moral auspiciada por el feminismo extremista de la izquierda instalado en el poder (político y mediático), pero apelo a esas mujeres de empaque y bandera, que las hay, a rebelarse contra quienes, en el fondo, las devalúan, pues priman en ellas sus menstruaciones sobre la muy trabajosa dignidad de llegar a ser y sentirse ciudadanas libres e iguales.
(Javier Toledano | Escritor)