Legislar el pasado es complicado pero hacerlo desde una perspectiva ideológica y revanchista tiene el inconveniente de no contar con la realidad objetiva de los hechos, de las circunstancias de esa época y del estudio detallado de las fuentes. Es lo que ocurre con recientes ocurrencias como la «Memoria histórica» o «Memoria democrática», según el caso y que tienen como efecto la imposibilidad de la reflexión y de un estudio histórico serio. El hecho cierto es que lo ocurrido a lo largo de la Segunda República, con la Revolución de 1934 y la alianza entre socialistas, comunistas y separatistas, fue un camino hacia el suicidio político de la nación. El resultado fue una larga lista de víctimas, unas culpables y otras inocentes.
En este contexto, acaba de publicarse un interesante libro, titulado «La represión de la posguerra«, que es un estudio de las penas de muerte por hechos cometidos durante la Guerra Civil. Lo destacado de esta obra es que tiene el objetivo de esclarecer uno de los aspectos más tristes del conflicto armado, de tal modo que representa una contribución indispensable a la historiografía contemporánea.
El autor es Miguel Platón, periodista con una experiencia de más de 40 años en medios como agencias, periódicos, revistas, emisoras de radio, televisión y medios digitales. La obra se divide en cinco capítulos: el marco general, los procedimientos, la práctica, los indultos, los héroes, los personajes y el balance de la tragedia. Cuenta con apéndices, notas y un amplio índice onomástico. En palabras del prólogo de Stanley G. Payne, «el balance final es objetivo, riguroso y equilibrado».
El acceso a documentos del Cuerpo Jurídico Militar que permanecieron inéditos hasta hace pocos años le ha permitido el estudio de los expedientes de condenados a muerte que, a partir de 1939, fueron remitidos al Jefe del Estado, Francisco Franco, para que decidiera la ejecución o la conmutación de la pena capital. En números redondos, durante la posguerra los tribunales militares condenaron a muerte a 30.000 personas, de las que fueron ejecutadas la mitad, unas 15.000. Estas cifras son muy inferiores a las publicadas hasta ahora, ninguna de las cuales tenía soporte documental. Coinciden, sin embargo, con investigaciones locales rigurosas, como las efectuadas por la Generalidad de Cataluña y el Ayuntamiento de Madrid.
El lector aprenderá cómo el factor determinante para establecer si un condenado era ejecutado o no era su responsabilidad en delitos de sangre, bien como autor material, bien como responsable directo de su inducción. Si no existía prueba suficiente de esa responsabilidad, la pena era conmutada.
Por dicha razón fueron indultados la gran mayoría de los mandos del Ejército Popular de la República, los Comisarios Políticos, los miembros de los Comités Revolucionarios, los espías o los guerrilleros. Las acciones de guerra no se consideraron actos criminales. En la mayor parte de los casos, la pena capital era sustituida por la inferior en grado: reclusión perpetua, equivalente a 30 años. Gracias a sucesivos indultos, ningún condenado llegó a cumplir siquiera la cuarta parte. Los consejos de guerra se caracterizaron por una generalizada falta de garantías, pero esto fue matizado en parte por una Orden del propio Franco de enero de 1940, que estableció de oficio la revisión de todas las sentencias por parte de los auditores militares, juristas de profesión. Los auditores cuestionaron miles de sentencias y recomendaron la conmutación de casi la mitad de las condenas, criterio que salvo un puñado de casos —inferior al 2 por 1.000 del total— asumió el general Franco.
Los resultados que nos presenta son completamente originales y relativamente definitivos, y también «revisionistas» en el sentido más positivo de la palabra. Las cifras sorprenderán a muchos, pero la investigación ha sido minuciosa y sistemática, y sus resultados convincentes. Como se explica, la inmensa mayoría de los ejecutados en la posguerra eran responsables, y con frecuencia autores materiales, de delitos de sangre. Por el contrario, los religiosos y derechistas a quienes habían dado muerte no habían causado daño alguno a personas o bienes.
Además, este libro explica en detalle el modo de funcionar de los tribunales y cómo llevaron sus actividades a cabo. Hay dos aspectos particularmente espinosos: la cantidad de penas de muerte y también el número de indultos, que explica de un modo cuidadoso y convincente. Con carácter general, afirma el autor, carece de sentido considerar a todos los ejecutados de la posguerra como «víctimas del franquismo». La inmensa mayoría eran autores materiales, inductores, o responsables por acción u omisión de asesinatos, y parte de ellos, además, torturadores, violadores, ladrones y responsables de graves daños. Pero no estamos ante un mero estudio cuantitativo, aunque éste puede ser uno de sus aspectos más importantes, ya que presenta también un retrato de la personalidad humana y social de los implicados, llamando la atención sobre ciertos «héroes» de este doloroso procedimiento.
2 comentarios en «La represión de la posguerra | Miguel Platón»
«No es lo mismo m,atar …que matar a los que matan»
Magnifico libro.
Científico, nada sectario, y por ello, novedoso.