El poder de la mentira y la mentira en el poder | Francisco Alonso-Graña

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Uno de los pilares sobre los que este desgraciado, infausto y aciago gobierno se viene asentando es, sin ninguna duda, la mentira. Y no solo en cuanto se trata de gobernanza en sí pues si nos detenemos a examinar los variados elementos que configuran y dan forma a todo este entramado que constituye la realidad socio-política que nos envuelve, llegamos a la conclusión de que más que en un reinado presidido por un monarca, nos encontramos ante un reinado presidido por una reina cuyo nombre ya hemos dicho y que no es otro que LA MENTIRA. Dondequiera que hurguemos en la realidad nacional presente, nos tropezamos con esta soberana, especialmente evidente a todas luces desde que Pedro Sánchez llegó al poder merced a una moción de censura cuyos argumentos tenían su base en el engaño. A partir de ahí, contemplamos un verdadero desfile o sarta de falsedades, falacias, bulos y embustes de todos los calibres y variadas categorías: curriculums de personajes que eran mentira, pronósticos electorales del CIS, mentira, cifras en cuanto a pandemia y vacunación, mentira, comisiones de expertos, mentira, acuerdos y desacuerdos de gobierno, mentira, promesas electorales variadas, mentira, ayudas para paliar los efectos de una erupción volcánica, mentira, precio energía eléctrica intocable, mentira, etc., etc. La mentira pasó a ser “moneda de cambio” habitual.
Y sería normal que tanto mentir, tanta falsedad, tanta trampa, algún día debería llegar a resultar un peso excesivo para sus usuarios ya que la realidad, implacable, tendría que acabar pasando la factura correspondiente pues la situación actual con un deterioro tan notable en tantos campos, habría hecho saltar por los aires a cualquier gobierno de cualquier país civilizado. Sin embargo, no parece nuestro caso: aquí no, aquí a pesar de todo, se mantiene el gobierno y todavía es capaz de cargar todas las culpas de todos los males habidos y por haber a unos fantasmas, enemigos de la democracia y la libertad que existen solamente como únicos y manidos subterfugios y argumentos en su pobre y redundante vocabulario y que se repiten una y otra vez: fascismo y ultraderecha. Una vez más, desgraciadamente hemos de reconocer que “España es diferente”.
Aceptado por la corrección política el hecho de que España padeció durante cuarenta años un gobierno dictatorial presidido por un malvado tirano y que después, superada una Transición considerada modélica hasta no hace mucho, transcurrieron y continúan otros cuarenta o más en régimen de democracia, resulta que tenemos un país lleno de fascistas y ultraderechistas que ejercen hoy una salvaje oposición a un ejemplar gobierno al que atacan en todos los frentes posibles. Realmente curiosa resulta esa supuesta proliferación de fuerzas antidemocráticas en un país cuyos destinos son regidos democráticamente hace más de cuarenta años como dijimos. Algo parece que no se está haciendo bien teniendo en cuenta la cantidad de veces que se nos había asegurado que la llegada de la democracia sería sin duda el remedio infalible a todos los males que nos aseguraban eran anexos a la dictadura que padecíamos.
Y es que las grandes armas que con tanta profusión se utilizaron un día para obstaculizar el trabajo de otros gobiernos, y cuya labor fue tan apoyada, ensalzada y aplaudida precisamente por los que hoy gobiernan, se han convertido de la noche a la mañana por una extraña mutación, en los mayores enemigos, transformándose todos sus preciados elementos en violentos fascismos de ultraderecha, cuyo principal objetivo es oponerse y tratar de poner en dificultades a un gobierno de tan brillantes ideas e iniciativas que necesita casi dos docenas de ministros para llevarlas a cabo.
Dejando aparte ironías y caricaturas, lo cierto es que hemos llegado a una situación realmente delicada en diversos frentes entre los que hoy destacan la economía (9,8% de desbocada inflación) y en cierto modo las relaciones internacionales (Sahara y Ucrania) que se encuentran inmersas en unas crisis nada fáciles de afrontar. No parece que el actual gobierno sea capaz de enfrentarse y menos resolver grandes problemas. Somos testigos de que sus prioridades están centradas con demasiada frecuencia en asuntos disparatados, contrarios a facilitar una buena convivencia, resucitando viejos rencores, buscando problemas donde no los hay y despilfarrando tanto los caudales propios como las ayudas internacionales en inútiles, absurdos y e insensatos planes y proyectos que sonrojarían los más encementados rostros.
Nunca es tarde, pero urge la llegada de la verdad. Con ella sí podrían arreglarse muchas cosas. España, cuya brillante historia hoy se pretende ocultar o tergiversar, no se merece unos gobernantes como los que padece actualmente. Es hora de un gobierno fiable, transparente y firme en el que domine la verdad y la buena voluntad y en el que prime la búsqueda del bien común y no la mentira, el sectarismo, la revancha y una exacerbada egolatría.
Francisco Alonso-Graña | Escritor

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