Lo he sabido gracias a la sensacional intervención de Carlos R. Estacio en el último Ciclo de Cine contra el Terrorismo que anualmente organiza con atinado criterio la Asociación por la Tolerancia. En realidad todo es cosa del muy laborioso cinéfilo Gregorio Rello, pero la citada asociación es la beneficiaria.
Estacio es catedrático de Filosofía y acaba de publicar un magnífico ensayo sobre la persistente violencia terrorista, aun de “baja intensidad” que dicen, en Navarra y Vascongadas. Su tesis estaría, más o menos, en la línea argumental de “La derrota del vencedor”, de Rogelio Alonso.
Un comando etarra integrado por García Gaztelu, “Txapote”, Gallastegui Sodupe, “Amaya” y Geresta Mújica, “Oker”, secuestró y a los dos días asesinó a Miguel Ángel Blanco, concejal del PP en Ermua. El asesinato se consumó, dos disparos en la cabeza, el 12 de julio de 1997. Blanco murió al día siguiente. ETA reaccionó como un enjambre de erinias embalsamadas en metanfetamina tras la liberación del funcionario de prisiones Ortega Lara y quiso resarcir su orgullo criminal herido con un golpe duro que obligara al gobierno de España a hacer concesiones, entre ellas, decretar el fin de la dispersión de los terroristas presos. El carcelero de Ortega Lara, encofrado durante año y medio en un zulo infecto en Mondragón, fue el tristemente célebre Bolinaga, ése que fue excarcelado, razones “humanitarias”, por el gobierno de Mariano Rajoy… “está muy malito”… y el enfermo terminal se pasó dos años cociéndose a chiquitos de gañote, un héroe abertzale, por todas las herrikotabernas de la comarca.
Las multitudinarias movilizaciones populares en la vigilia del asesinato a cámara lenta, espontáneas de verdad, trasladó un miedo cerval a los nacionalistas vascos, pues temieron que la indignación de los manifestantes se dirigiese y desbordase, más allá de los asesinos, contra su ideología, de la que en buena parte participaban, y participan, diversas formaciones. Y se gestó el Pacto de Estella para evitar el aislamiento social de la banda y sus adláteres. Los firmantes, los partidos y sindicatos de la cuerda: Batasuna, PNV, Eusko Alkartasuna, Izquierda Unida en Vascongadas, liderada por un tal Madrazo, Abertzaleen Batasuna (Francia), Elkarri, ELA-STV y LAB, el sindicato de HB. Lo mejor de cada casa.
Sostiene Estacio que las autoridades nos ocultaron un par de datos especialmente sangrantes. Lo hicieron acaso por evitar reacciones exaltadas que enturbiaran más el caldeado ambiente. Durante el cautiverio, “Txapote” y sus secuaces mantuvieron a Miguel Ángel Blanco en el maletero del coche, maniatado y amordazado. Es decir, no se movió de ese angosto e incómodo espacio en 48 horas. Le dejarían, o no, salir a estirar las piernas durante unos minutos. Lo ignoro. No sé si le permitieron hacer sus necesidades fuera del auto o, nueva y atroz humillación, le obligaron a desbeberse y descomerse encima. El forense advirtió que el cadáver de Blanco mostraba fuertes erosiones en las mejillas, mejor dicho, una laceración compatible con una abrasión persistente, algo inusual. Y es que Miguel Ángel Blanco sabía que sus captores le matarían. Sólo era cuestión de tiempo. Y anticipándose a su final, lloró. Lloró como nunca nadie había llorado antes. Lloró por sus recuerdos y sus ansias. Lloró por desvanecidos futuros. Lloró por los besos y abrazos que no daría. Lloró en dos días, minuto a minuto, por toda una vida que no viviría. Unió las suyas a las lágrimas vertidas por los manifestantes en aquellas horas angustiosas, desesperadas y crueles. Lloró a mares. Manos blancas. Almas negras y capuchas. Las propias lágrimas de Miguel Ángel Blanco abrasaron sus mejillas.
Nada nos dijeron entonces. Acaso la ocultación de esas circunstancias especialmente dolorosas guarden alguna suerte de parecido motivacional con la discreción observada por las autoridades israelíes a la hora de retener las grabaciones recopiladas durante el cautiverio, martirio y asesinato, de muchos rehenes tras el apocalíptico atentado de Hamás, vitoreado por la izquierda mundial, particularmente la española. Se dice que es ingente el material a su disposición, pero son reacias a dar el nihil obstat a su exhibición por no zaherir el atribulado corazón de parientes y deudos de las víctimas. Por aquello de que hay brutalidades espeluznantes que es preferible no imaginar siquiera. Para los hebreos, según sus ritos funerarios, no es apropiado inhumar un cadáver incompleto, como sabrá todo aquel que haya visto una comedia entre macabra y gamberra titulada “Very bad things”, protagonizada por Christian Slater.
“Txapote” fue el verdugo. Le descerrajó dos tiros en la nuca. Para dejar de matar, ETA tuvo que matar primero. Y mató mucho. Su brazo político, Bildu/ Batasuna, fue una de las palancas que invistieron a Pedro Sánchez Presidente del gobierno de España. Sin sus votos no sería Presidente, pero tampoco sin esos dos tiros de “gracia”, pues una cosa a la otra lleva en una danza siniestra de causalidades. Harás y dirás cosas, Pachi, que me helarán la sangre. ¿Qué te vote “Txapote”? Pues, sí, “Txapote” le votó. Ni olvido, ni perdón.




