Expectativas, decepciones y falta de comunicación: El paso a la vida adulta | Alejandra Soto

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A veces nos creemos que las personas son décimos de lotería: que están ahí para hacer realidad nuestras ilusiones absurdas” – Carlos Ruiz Zafón.

Tenemos un problema con las expectativas, tanto las que creamos hacia nosotros mismos, como las que proyectamos hacia los demás. Las primeras por pretender crear fotocopias de nosotros mismos, y las segundas precisamente por no comprender sus diferentes maneras de entender y de actuar. El que otras personas no den por ti lo que tú si estabas dispuesto a dar puede ser decepcionante, si, pero no implica necesariamente que no te quieran o no te valoren. Tal vez, simple y llanamente no se les ocurrió en ese momento, no se pusieron en tu lugar, y muy probablemente estén dispuestos a ofrecerte cosas igual de buenas o incluso mejores, cosas que ni tú misma te habrías planteado por ellos, y esa es la verdadera riqueza de las relaciones humanas. Las diferencias personales, tan buenas… como necesarias.

Tenemos un problema con las decepciones, con las frustraciones. No sabemos perder, gestionar un rechazo o qué hacer frente a cambios inesperados. Da igual el obstáculo del que se trate, como dijera Jack Sparrow “El problema no es el problema. El problema es tu actitud frente al problema” y es que nuestra actitud es pésima; derrotista, simplona, orgullosa y cobarde. Caemos en el hoyo o simplemente nos salimos del camino previsto y ya lo damos todo por perdido. No hay intentos. No hay crecimiento. No hay motivación siquiera por intentarlo. Y luego nos sorprende quedarnos solos… pero no por fracasar, no, sino por ser incapaces de aceptar los vaivenes de la vida y vivir a la sombra de quienes realmente podríamos llegar a ser.

Tenemos un problema con la comunicaciónDecimos mucho y transmitimos muy poco. Escuchamos a todas horas y no asimilamos en ningún momento. No cuidamos las formas y tampoco a las personas. Hay más en lo que no decimos, que en lo que sí. Las pantallas nos han vuelto idiotas de tanto vernos en el reflejo de las mismas. Nos creemos el centro del universo y por no pensar en el otro, no vemos ni como éste podría ser la solución a nuestros problemas. Nos da miedo abrirnos, no nos fiamos – tal vez porque ni nosotros mismos seamos realmente de fiar -, pero luego pretendemos que se den cuenta de todo lo que ronda por nuestra cabeza, y al final la pescadilla que se muerde la cola, gira y gira entre indirectas, 140 caracteres, imágenes de 15 segundos y un doble check azul que nunca nos dice nada, en pleno apogeo de las “tecnologías de la comunicación”.

Tenemos un problema con nosotros mismos, con los demás y con las relaciones entre el uno y los otros. En toda película dramática que se precie, siempre hay alguien que en algún momento dice “el amor solo no basta” y qué razón tiene. Nos queremos y queremos a nuestra gente, pero no siempre sabemos querernos – y quererlos – bien. Nos han enseñado a hacer ecuaciones de segundo grado y análisis sintácticos a base de ejercicios, pero nadie nos puso a prueba con los problemas reales de la vida. Y un buen día llegan todos de golpe. No nos conocemos a nosotros mismos, nuestras emociones, nuestras necesidades, no sabemos escuchar, conocer al otro, ayudarlo en su crecimiento personal, no sabemos expresarnos, transmitir una idea o un sentimiento quizás y no sabemos desde luego compatibilizar de manera duradera nuestras diferencias con quienes nos rodean.

Jóvenes de los 90: Bienvenidos a la vida adulta y los problemas de verdad. Es hora de volver a aprender.

Alejandra Soto | Abogada

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